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La Casa Deluse

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El Secreto de la Casa de Deluse Durante años, en las afueras de Gallipolis, Ohio, hubo un tipo raro llamado Herman Deluse. Un viejo solitario, con la pinta de haber salido de una película de piratas: manos llenas de cicatrices, una colección de garfios, espadas oxidadas y pistolas antiguas. La gente del pueblo contaba que había sido corsario, aunque nadie tenía pruebas; era más bien una leyenda alimentada por el misterio que rodeaba su vida. Deluse vivía en una casa al borde del colapso, en medio de un terreno lleno de piedras y maleza. La casa era puro escombro, apenas mantenida en pie para sobrevivir a la lluvia y el frío. Cultivaba un par de huertos descuidados y compraba lo mínimo en el pueblo, siempre pagando en efectivo, siempre en diferentes tiendas. Eso solo alimentaba los rumores: todos decían que tenía un tesoro enterrado, un botín escondido quién sabe dónde. El 9 de noviembre de 1867, encontraron su cadáver. No había señales de violencia, ni heridas, ni enfermedades. Los ...

La Casa de la Niebla

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 Durante años, Felipe Escartín vivió solo en una vieja casa a las afueras de Aínsa, un pequeño pueblo en el Pirineo aragonés. La casa, construida en piedra oscura y con tejas vencidas por el tiempo, quedaba a unos cinco kilómetros del casco urbano. Rodeada de bosques y niebla casi constante en invierno, era fácil pasar por alto su existencia. Quienes aún recordaban a Felipe sabían poco de él. Hombre reservado, de trato escaso y mirada esquiva, parecía más un fantasma que un vecino real. Nunca hablaba de su pasado. Nadie sabía si tenía familia o de dónde venía. Pagaba en efectivo, apenas pisaba el centro del pueblo, y cuando lo hacía, era para comprar lo justo y marcharse sin más. Nunca dio motivos para preocuparse, pero tampoco para generar confianza. Su presencia provocaba silencio. Y un día, sin más, desapareció. Así de simple. Nadie lo vio irse, no dejó carta ni cerró la puerta. La casa quedó como congelada en el tiempo: una cafetera a medio uso, una manta doblada en el sofá, ...

Él Me Ama.

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  Cuando lo conocí me enamoré, me cautivó su sonrisa. Pensé que era un sueño, se acercó a mi lado, luego llego el “amor”. Me amaba tanto que decidió ser mi amigo, mi pareja, mi todo y apartarme de mis viejos amigos. ¿Para qué tener otros amigos, si lo tengo a él? Lo amo tanto. Ha pasado un mes y siento que lo conozco. Me llama a cada momento, no me deja ni respirar, pero así es su amor por mí. El otro día se molestó conmigo y me gritó, pero yo tuve la culpa pues me encontró hablando con mi primo. Es que su amor es tan grande que tiene celos hasta del viento. Hoy cumplimos tres meses de relación y me puse una mini falda y un escote para asombrarlo, pero la que se asombro fui yo cuando me di cuenta que el era tan tradicional que me dijo: ‘”Quítate esa ropa si quieres salir conmigo porque yo no salgo con mujeres de la calle”. La razón tenía, pues yo era una muchacha decente y no tenía que vestirme así. Yo sé que el me ama y lo hizo por mi bien. El me hizo mujer, su mujer y aunque no f...

Las Sombras

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  La niebla era tan espesa aquella tarde que parecía un muro sólido, devorando el paisaje de la ciudad con su abrazo húmedo. Habíamos llegado a este rincón de Castellón hacía apenas unos días, y aunque nos habían advertido de los relatos que envolvían su historia, nunca imaginé que algo tan intangible pudiera sentirse tan real. Mi hermano David y yo caminábamos por la plaza, envueltos en nuestros abrigos, intentando ignorar la sensación persistente de que algo nos observaba. Nuestro destino era la biblioteca, el refugio de los curiosos como nosotros. Castellón era rico en historias, y yo quería conocerlas todas. David, aunque más escéptico, me seguía con resignada complicidad.  —¿Crees en estas leyendas? —me preguntó mientras empujábamos la puerta de madera, vieja y rechinante. —Las leyendas son versiones distorsionadas de la verdad —respondí con una sonrisa—. Y estamos aquí para descubrir qué hay detrás. El bibliotecario, un anciano con el rostro surcado por el tiempo, nos re...

Historia de Terror Nocturna. ( Casas Encantadas)

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El coronel retirado Valverde se echó hacia atrás en su silla del hotel Palace de Madrid. Sostenía un vaso de whisky sin hielo entre los dedos y hablaba con voz grave, casi en susurros, como si la historia que estaba a punto de contar todavía lo persiguiera. —Para coger ese tren nocturno —comenzó, mirando a su interlocutor—, tendrás que hacer noche en Jaén. Una ciudad bonita, con su encanto, pero si puedo darte un consejo, no te alojes en el Hotel Mirador de la Loma. Se detuvo para mojar los labios con un sorbo. —Es un edificio antiguo, de madera, de esos que deberían ser patrimonio por lo viejos, pero que están a medio derrumbar. Las paredes tienen grietas tan grandes que se cuela el aire como cuchillas. Las habitaciones, vacías: una silla, un somier pelado y un colchón que parece relleno de polvo. No hay cerrojos en las puertas. Y si crees que vas a dormir solo… mejor no preguntes a quién más podrías encontrarte. Dejó el vaso sobre la mesa con un leve golpe seco, como si recordara alg...

El Vigilante del Hospital. (Nada es lo que Parece)

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 En las profundidades de un viejo hospital, donde los gritos de los olvidados se mezclan con el crujir de las viejas estructuras, empieza nuestro relato. Soy James, un vigilante nocturno en el hospital de Ashwood, un lugar tan sombrío como los secretos que alberga. Mis noches son un constante vagar por pasillos oscuros, acompañado solo por el eco de mis propios pasos y, ocasionalmente, por el alboroto lejano de algún paciente perdido en su propia mente. Conozco cada rincón de este lugar; cada puerta chirriante, cada mancha en las paredes descascaradas, cada susurro que se arrastra por el frío suelo de piedra. Una noche, mientras recorría el ala abandonada, un susurro indescifrable me detuvo en seco. El sonido parecía provenir de todas partes y de ninguna a la vez, como un eco distante de una conversación olvidada. Siguiendo el sonido, encontré una vieja radio emitiendo estática. La apagué, atribuyendo el incidente a mi imaginación, alimentada por las leyendas que envuelven este lug...

Cena Macabra

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Estábamos esparcidos en los sillones de terciopelo del pent-house, alrededor de una mesa de vidrio repleta de sushi fusión, charcutería orgánica y vino natural. Las luces tenues del techo, ocultas tras un diseño arquitectónico de curvas minimalistas, brillaban con esa calidez cara que sólo puede lograr un buen diseñador de interiores. La puerta del ascensor acababa de cerrarse tras el preformar callejero que habíamos contratado por capricho: un tipo excéntrico con cerditos amaestrados que nos hizo reír... hasta que dejó de tener gracia. Aún quedaba en el aire ese olor a plástico quemado, por los aros de fuego que les hacía atravesar. Traían el postre: macarron de lavanda, mousse de erizo de mar, helado de yuzu, cake pops de pistacho y dátiles caramelizados. En el fondo sonaba una playlist de chill jazz, y uno de los camareros tarareaba desafinado mientras servía. Nuestro anfitrión, Hernán, acariciaba distraídamente el cabello teñido de azul de su nuevo novio veinteañero, se hurgaba los...

No Estoy Sola

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 La luna llena flotaba sobre Castellón como una lámpara silenciosa. En el distrito abandonado de la vieja Clínica San Ramón , tres amigos —Elena, Tomás y Óscar— caminaban entre escombros y paredes descascaradas. Este sitio, antes lleno de vida, ahora era una ruina habitada por leyendas. Las historias sobre pacientes olvidados y enfermeras espectrales eran un secreto a voces en los bares de la ciudad. Sin embargo, Elena, la intrépida del grupo, nunca había creído en fantasmas. Tomás, siempre racional, pensaba que todo se reducía a sugestión. Óscar, el más joven, se aferraba a su cámara, esperando captar algo inexplicable. —Dicen que aquí se aparece la enfermera que perdió a su paciente favorito —susurró Elena, iluminando el pasillo con su móvil. —Eso son cuentos para asustar turistas —murmuró Tomás, cruzando los brazos. Pero en la oscuridad, todo parece más real. Al llegar a la antigua capilla, Elena sacó su tablet y escribió un nombre en la pantalla de su aplicación de "spirit bo...

Truco o Trato

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Regresar a mi pueblo en Halloween siempre es un ritual. Aunque mi vida en Madrid es un torbellino de ruido, luces y prisas, cuando llega esta fecha, algo en mí anhela la calma, el aire fresco y la calidez de mi infancia.  Esta vez, el tren me dejó en la estación y, al bajar, el viento frío me envolvió como un viejo amigo. Respiré hondo, dejando que el aroma a tierra mojada despertara mis recuerdos. Caminé hasta la casa de mi abuela, el refugio que nunca cambia, con su puerta que cruje al abrirse y el olor a galletas de calabaza inundándolo todo. —¡Abuela! —exclamé, abrazándola con fuerza. Su piel era papel arrugado por los años, pero su sonrisa seguía siendo la misma. —Mi niña, la noche se acerca. Ayúdame a preparar la casa. No queremos que nuestros espíritus se sientan desatendidos —dijo con un guiño cómplice. La ayudé a encender una vieja lámpara con aceite de oliva, mientras las sombras crecían en los rincones. Me contó, como siempre, que en nuestro pueblo las almas perdidas ron...

El Saqueador de Tumbas

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Aquel sería su golpe más extraordinario, el que pondría fin a sus penurias. También resultaría uno de los robos más fáciles en su carrera de ladrón profesional. Ningún botín podía compararse con ese tesoro de rubíes, esmeraldas, zafiros, diamantes y monedas de oro puro. Tal vez ni las tres bolsas que llevaba, junto con su farol y las herramientas, bastarían para guardar tanta riqueza. Por primera vez daría un golpe en solitario. Sus dos secuaces se habían acobardado a último momento. No estaban con él en ese desierto cementerio, mientras limaba los barrotes frontales de la cripta, en aquella gélida noche sin luna. La maldición de la bruja los aterrorizaba. No querían cometer el sacrilegio de turbar el sagrado descanso de la mujer momificada, aseguraron. Además, corría el rumor de que el viejo mayordomo de la difunta merodeaba por aquel lugar, dispuesto a matar con tal de proteger la fortuna de su ama. —¡Una maldición! ¡Un viejo mayordomo! —Vaya par de idiotas —se dijo—. Pero mejor para...

La lápida. (Nada es lo que Parece)

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    Una tarde gris, cuando el viento soplaba con un gemido constante, un desconocido entró al polvoriento taller de John Foster, tallador de lápidas. El hombre tenía la piel cenicienta, los ojos hundidos y la voz apenas un susurro. —Quiero esta —dijo, señalando una pequeña losa de mármol sin adornos. Foster, curioso, tomó su libreta. —¿Qué nombre desea que grabe? —John Foster. El lapidario parpadeó, helado. —¿Perdón? —Sí —repitió el hombre, con una ligera sonrisa que no tocó sus ojos—. John Foster. El tallista forzó una risa incómoda. —Ese... ese es mi nombre. —Lo sé —dijo el desconocido sin vacilar—. Una coincidencia, supongo. Foster tragó saliva. Sus dedos temblaban ligeramente. —¿Fecha de nacimiento? —Treinta de abril de mil ochocientos noventa y uno. Foster se quedó inmóvil, sintiendo cómo el frío le trepaba por la columna. —Esa es mi fecha de nacimiento —dijo, casi en un murmullo. —Curioso, ¿no? —dijo el hombre. Su sonrisa seguía ahí, helada, inmóvil. El tallista se armó ...

Alison. (Nada es lo que Parece)

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 Tenía muchas ganas de dormir, apenas y podía seguir viendo las letras borrosas en el computador. Detestaba con el alma que nadie se tomara la tarea de enviarme a casa tras ver mi estado, pero al parecer a los demás les daba igual ayudar a la chica que trabajaba casi por doce horas sin parar en la pequeña oficina del fondo. Aquella oficina mejor conocida como "el basurero" porque todos aquellos que no valían la pena para el señor Ramón dueño de la empresa, terminaba allá. El reloj estaba colgado en la pared dio el aviso de ser las doce de la noche, como siempre quedé la última,  termine de recoger cuando el conserje apareció, empezando a limpiar sin importar que siguiera estuviera sentada en el asiento frente al escritorio. Le importó poco pasar la escoba por sobre mis pies y el pedazo de tela con líquido desinfectante sobre la madera gastada. — ¿Le importa? —pregunté en cuanto arrojó mis cosas al suelo. Miró por encima de mí, en dirección a la puerta de salida. Un auto color...

No es la Hora. (Mis Queridos Fantasmas)

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  —Pobre chico… —susurró la madre de Warren, con ansiedad—. ¿De verdad no hay nada que podamos hacer? —Tranquila, amor —respondió su esposo, con voz cansada—. Lo único que podemos hacer ahora es esperar. El doctor está haciendo todo lo posible. —Pero debe haber algo… algo más. —No —insistió él—. Nada. Solo… espera. No pierdas la fe. Ella miró hacia la cama. Warren estaba inmóvil bajo la tienda de oxígeno. El cuerpo delgado, la piel pálida y los ojos cerrados como si durmiera. La respiración era lenta, pesada, como si cada aliento fuera una lucha. —Me parte el alma verlo así. —Susurró ella, con lágrimas en los ojos—. ¿Crees que siente dolor? —No lo sé. Pero… mírale el rostro. Parece en paz. Casi como si… sonriera. —¿Eso es buena señal, no? —Claro —dijo él, aunque su voz tembló ligeramente—. Al menos parece tranquilo. No sirve de nada angustiarnos más. —Es fácil decirlo… —dijo ella, rompiéndose—. Pero es nuestro único hijo. Si lo perdemos… si… No pudo continuar. Su voz se quebró y se...

Castillo de la Reina

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  El castillo estaba en silencio, a pesar de que apenas unas horas antes estaba lleno de invitados esperando que la reina Charlotte mirara en su dirección. Como si eso alguna vez fuera a suceder. No miró a nadie más que a sí misma. Lo único que le importa es su apariencia perfecta. Ropa perfecta. Rostro, maquillaje y peinado perfectos. Y por supuesto, todo y todos los que nos rodean deben ser iguales. Sally, la niña que deambula por el castillo a esa hora de la noche, no pertenece aquí. Su rostro pecoso, su cabello rojo brillante y sus ojos azules apagados eran, al igual que su baja estatura, inaceptables. Sujetando fuertemente los candelabros con ambas manos, Sally siguió el camino hacia el ala oeste del castillo, donde se encontraban las habitaciones de los sirvientes y, por tanto, su habitación. La mejor manera de describirlo es un "agujero de rata", pero tenía una cama vieja, un colchón que estaba roto y tenía agujeros en las sábanas raídas para que él los usara, y una ma...

El Eco de lo Perdido. (Casas Encantadas)

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 La casa de los Palmer había sido testigo de innumerables vidas y tragedias. Nadie podría decir con certeza qué había ocurrido en aquellos muros, pero estaba claro que los ecos de su pasado nunca se habían ido. Y esa tarde, cuando Roxana dejó el lugar, algo se había movido, algo que no pertenecía al mundo de los vivos. Desde que el joven desapareció, la presencia de algo inexplicable parecía seguirla. Los días siguientes a su visita, Roxana no podía sacarse de la cabeza la imagen de aquel hombre, la tristeza en sus ojos y la inexplicable sensación de que, en algún momento, no todo había sido lo que parecía. ¿Realmente había visto al hijo del dueño? La idea de que alguien pudiera haberse hecho pasar por él la inquietaba, pero más que eso, la sensación de que algo estaba siguiendo sus pasos la aterrorizaba. Esa noche, mientras se acomodaba en su sofá, con la mente aún dando vueltas a la desconcertante visita, la puerta de su apartamento se golpeó con fuerza. Un estremecimiento rec...