El Instituto.
Eran las 8 de la tarde del 20 de noviembre, y aunque al día siguiente no tendría clases debido a la fiesta del colegio en el que había empezado a trabajar, Luis seguía en su aula corrigiendo exámenes. Deseaba tener todo listo para disfrutar su tiempo libre durante el fin de semana. Casi todos los alumnos se habían marchado hacía horas, al igual que la mayoría de los profesores. Sin embargo, quedaban unos pocos rezagados que daban los últimos toques a la decoración para el día siguiente.
Estar solo en la última planta de aquel inmenso edificio que databa del siglo XVIII inquietaba a Luis. Las leyendas que sus colegas contaban sobre fantasmas que habitaban en el edificio, como la mano negra, Lucía la desfigurada o el espectro de Sor Pilar, no contribuían precisamente a calmar sus nervios.
Intentaba no distraerse con historias de aparecidos mientras intentaba descifrar la letra de uno de sus alumnos. En ese momento, le pareció ver una figura que pasaba frente a su puerta. Salió al pasillo, con el corazón latiéndole con fuerza, pensando en todas las historias de fantasmas que había escuchado, sin estar muy seguro de si era una buena idea. Al salir, se encontró con una chica de unos 14 o 15 años vestida con el uniforme del colegio, aunque él no la conocía.
- ¡Oye! - le gritó - No puedes estar aquí a estas horas. ¿A dónde vas?
La chica, llevándose las manos a la cara y soltando un grito de sorpresa, se giró rápidamente y tras unos segundos respondió.
- ¡Qué susto me has dado, profe! Pensé que no quedaba nadie...
Después miró a Luis con ojos grandes y asustados. Su cabello negro, largo y liso, enmarcaba su rostro pálido, y sus labios temblaban mientras hablaba.
-Lo siento, profe. No era mi intención causar problemas. Inés, la directora, me envió al desván. Aquí está la llave. Me dijo que arriba, en un baúl, hay unas decoraciones que debo bajar. Luego me puedo ir... - dijo la chica mientras le mostraba una pequeña llave en su mano temblorosa.
Luis, aún algo desconcertado, volvió a preguntar:
- ¿Estás bien? Pareces un poco nerviosa. La chica suspiró y miró a Luis con una mezcla de vergüenza y frustración. -Sí, es solo que... soy muy miedosa. Inés lo sabe y aún así me envió aquí. Creo que me tiene manía - confesó bajando la mirada, Y casi entre lágrimas añadió -¡Sobre todo porque ya se han ido los demás! -Está bien, entiendo. No deberías estar sola por aquí a estas horas. Yo te acompaño al desván y te ayudo a bajar esas decoraciones. No hay problema - respondió Luis, tratando de sonar comprensivo. - Tú no eres alumna mía, ¿verdad? ¿Cómo te llamas? - preguntó para intentar calmar la situación. -No, aún no me das clases. Me llamo Blanca - respondió la joven. Después de que Luis recogiera sus cosas, avanzaron juntos hasta la puerta que conducía al desván. Justo cuando el profesor cruzó el umbral, la puerta se cerró de golpe, sumiéndolo en la oscuridad total. Un escalofrío recorrió la espalda de Luis, y su corazón empezó a latir con fuerza. Alarmado, se abalanzó contra la puerta, tratando de abrirla desesperadamente. Para su sorpresa, la puerta se abrió sin dificultad. Blanca estaba de pie en el centro del pasillo, disculpándose con voz temblorosa. Lo siento, profe. Una corriente de aire debe haber golpeado la puerta - explicó, tratando de disimular su nerviosismo. Luis asintió, intentando calmar su agitación interna. Decidió seguir adelante; después de todo, no había razón para creer en fantasmas o supersticiones. Continuaron avanzando, la luz oscilante de la bombilla revelaba sombras inquietantes de objetos cubiertos con sábanas blancas. -Debe estar por aquí... - murmuró Blanca mientras exploraba el desván con la mirada, buscando el baúl. Luis, mientras tanto, se encontraba cerca de una serie de estatuillas de bronce dispuestas en una repisa polvorienta. Eran figuras antiguas, con rostros que parecían observar desde las sombras. Agarró una de las estatuillas en sus manos, sopesándola con curiosidad. Era pesada y fría al tacto. Un pensamiento oscuro cruzó la mente de Luis, y sin previo aviso, levantó la estatuilla sobre su cabeza y la dejó caer con fuerza sobre la nuca de Blanca. Un sonido sordo resonó en el desván mientras ella se desplomaba al suelo, sin emitir un solo grito. Luis, fascinado, contempló la escena ante él. El silencio era abrumador, solo roto por el sonido de su propia respiración entrecortada. Blanca yacía inconsciente. La oportunidad y la suerte estaban de su lado. Iba a poder satisfacer sus deseos sin testigos, sin que nadie supiera jamás lo que iba a suceder en el desván. Una sonrisa siniestra se formó en su rostro mientras comenzaba a desnudar a Blanca con sus hábiles manos. Sus pensamientos eran turbios, cegados por la oportunidad y la sed de lujuria. El desván sería el lugar perfecto para saciar sus necesidades, y una vez que se cansara de usar a Blanca, acabaría con ella y escondería sus restos en alguno de aquellos armarios que nadie había usado en décadas. Así, su crimen quedaría impune, pensó regocijándose. Cuando estaba a punto de iniciar su terrible acto, Blanca abrió los ojos de par en par y comenzó a abrir la boca de manera sobrehumana. Luis, alarmado, puso su mano sobre la boca de la chica para evitar los gritos mientras buscaba la estatuilla para volver a golpearla. Sin embargo, en su desesperación, no se dio cuenta de que la boca de Blanca estaba transformándose, y sus perfectos dientes blancos se habían convertido en enormes colmillos. Fue demasiado tarde para huir. Blanca, ahora transformada en un ser de pesadilla, lo agarró con fuerza y lo atrajo hacia ella. Luis luchó en vano, su corazón palpitaba con frenesí mientras intentaba zafarse del agarre de la criatura. Pero sus esfuerzos fueron en vano. Los colmillos de Blanca se hundieron en el cuello de Luis, y un grito ahogado escapó de su boca. El dolor y la desesperación se apoderaron de él mientras la oscuridad de la inconsciencia lo envolvía. Poco a poco, el monstruo devoró completamente a Luis, acabando con su vida en un horroroso festín. La criatura sació su hambre voraz, sus colmillos goteando sangre, mientras devoraba cada parte de su víctima. De todos los seres sobrenaturales que habitaban en el instituto, a Inés, la directora, solo le gustaba el monstruo que residía en el desván. Lo consideraba más bien un protector, porque, por alguna razón, esa criatura extraña solo se alimentaba de otros monstruos como ella, aunque estos tuvieran apariencia humana. En medio de la oscuridad del desván, el monstruo volvió a su letargo, satisfecho por su banquete, mientras el aullido del viento nocturno era la única melodía que rompía el silencio.
- ¿Estás bien? Pareces un poco nerviosa. La chica suspiró y miró a Luis con una mezcla de vergüenza y frustración. -Sí, es solo que... soy muy miedosa. Inés lo sabe y aún así me envió aquí. Creo que me tiene manía - confesó bajando la mirada, Y casi entre lágrimas añadió -¡Sobre todo porque ya se han ido los demás! -Está bien, entiendo. No deberías estar sola por aquí a estas horas. Yo te acompaño al desván y te ayudo a bajar esas decoraciones. No hay problema - respondió Luis, tratando de sonar comprensivo. - Tú no eres alumna mía, ¿verdad? ¿Cómo te llamas? - preguntó para intentar calmar la situación. -No, aún no me das clases. Me llamo Blanca - respondió la joven. Después de que Luis recogiera sus cosas, avanzaron juntos hasta la puerta que conducía al desván. Justo cuando el profesor cruzó el umbral, la puerta se cerró de golpe, sumiéndolo en la oscuridad total. Un escalofrío recorrió la espalda de Luis, y su corazón empezó a latir con fuerza. Alarmado, se abalanzó contra la puerta, tratando de abrirla desesperadamente. Para su sorpresa, la puerta se abrió sin dificultad. Blanca estaba de pie en el centro del pasillo, disculpándose con voz temblorosa. Lo siento, profe. Una corriente de aire debe haber golpeado la puerta - explicó, tratando de disimular su nerviosismo. Luis asintió, intentando calmar su agitación interna. Decidió seguir adelante; después de todo, no había razón para creer en fantasmas o supersticiones. Continuaron avanzando, la luz oscilante de la bombilla revelaba sombras inquietantes de objetos cubiertos con sábanas blancas. -Debe estar por aquí... - murmuró Blanca mientras exploraba el desván con la mirada, buscando el baúl. Luis, mientras tanto, se encontraba cerca de una serie de estatuillas de bronce dispuestas en una repisa polvorienta. Eran figuras antiguas, con rostros que parecían observar desde las sombras. Agarró una de las estatuillas en sus manos, sopesándola con curiosidad. Era pesada y fría al tacto. Un pensamiento oscuro cruzó la mente de Luis, y sin previo aviso, levantó la estatuilla sobre su cabeza y la dejó caer con fuerza sobre la nuca de Blanca. Un sonido sordo resonó en el desván mientras ella se desplomaba al suelo, sin emitir un solo grito. Luis, fascinado, contempló la escena ante él. El silencio era abrumador, solo roto por el sonido de su propia respiración entrecortada. Blanca yacía inconsciente. La oportunidad y la suerte estaban de su lado. Iba a poder satisfacer sus deseos sin testigos, sin que nadie supiera jamás lo que iba a suceder en el desván. Una sonrisa siniestra se formó en su rostro mientras comenzaba a desnudar a Blanca con sus hábiles manos. Sus pensamientos eran turbios, cegados por la oportunidad y la sed de lujuria. El desván sería el lugar perfecto para saciar sus necesidades, y una vez que se cansara de usar a Blanca, acabaría con ella y escondería sus restos en alguno de aquellos armarios que nadie había usado en décadas. Así, su crimen quedaría impune, pensó regocijándose. Cuando estaba a punto de iniciar su terrible acto, Blanca abrió los ojos de par en par y comenzó a abrir la boca de manera sobrehumana. Luis, alarmado, puso su mano sobre la boca de la chica para evitar los gritos mientras buscaba la estatuilla para volver a golpearla. Sin embargo, en su desesperación, no se dio cuenta de que la boca de Blanca estaba transformándose, y sus perfectos dientes blancos se habían convertido en enormes colmillos. Fue demasiado tarde para huir. Blanca, ahora transformada en un ser de pesadilla, lo agarró con fuerza y lo atrajo hacia ella. Luis luchó en vano, su corazón palpitaba con frenesí mientras intentaba zafarse del agarre de la criatura. Pero sus esfuerzos fueron en vano. Los colmillos de Blanca se hundieron en el cuello de Luis, y un grito ahogado escapó de su boca. El dolor y la desesperación se apoderaron de él mientras la oscuridad de la inconsciencia lo envolvía. Poco a poco, el monstruo devoró completamente a Luis, acabando con su vida en un horroroso festín. La criatura sació su hambre voraz, sus colmillos goteando sangre, mientras devoraba cada parte de su víctima. De todos los seres sobrenaturales que habitaban en el instituto, a Inés, la directora, solo le gustaba el monstruo que residía en el desván. Lo consideraba más bien un protector, porque, por alguna razón, esa criatura extraña solo se alimentaba de otros monstruos como ella, aunque estos tuvieran apariencia humana. En medio de la oscuridad del desván, el monstruo volvió a su letargo, satisfecho por su banquete, mientras el aullido del viento nocturno era la única melodía que rompía el silencio.
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