El Ritual Fallido.


 El frío viento de octubre se enroscó en sus piernas y se instaló en sus huesos mientras regresaba a su casa desde el trabajo. La noche le parecía más oscura que de costumbre, pero ni siquiera eso logró sacarla del estado hipnótico en el que la había sumergido el rítmico sonido de sus pasos sobre la acera.

Últimamente, nada parecía llamar su atención. Los días le parecían grises y las noches melancólicas desde que había perdido a su esposo hacía ya tres meses, justo después de haberse dado el “sí” frente al altar. Clare lanzó una maldición al sentir la bofetada en su mejilla que logró sacarla de su ensimismamiento. Se llevó la mano al rostro y descubrió que solo se trataba de un anuncio publicitario.

—Estúpido volante —gruñó, antes de estrujarlo entre sus manos. Lo arrojó con furia hacia el suelo, pero el viento se encargó de regresarlo con más fuerza y rapidez de lo que su cuerpo le permitió reaccionar.

El molesto papel se pegó a su pecho e hizo el intento de tirarlo de nuevo, pero algo en él llamó su atención, por lo que decidió darle una oportunidad en cuanto leyó la primera oración que rezaba «descubre los secretos del Más Allá». Su cuerpo se tensó, y sus manos comenzaron a sudar ante la inesperada pero oportuna invitación, la cual la incitó a leer el mensaje completo. “¿Buscas respuestas que el mundo terrenal no puede ofrecerte? ¿Deseas conectar con seres queridos que han cruzado al otro lado? Nuestros servicios de ocultismo y trabajos de brujería están aquí para ayudarte. No dejes que la incertidumbre te consuma. Atrévete a explorar lo desconocido y encuentra la paz que tanto anhelas”.

—¿Acaso es una broma?

Sin duda el destino trataba de burlarse de ella como de costumbre.

—¡No es divertido! —bramó al cielo, furiosa consigo misma por permitirse albergar el atisbo de esperanza que calentó su pecho y desapareció un instante después.

Jamás había creído en esas cosas. La charlatanería existía y, por lo que veía, parecía ser un buen negocio.

Decidió no perder ni un segundo más de su tiempo en tonterías. Guardó el papel en su bolsillo cuando las primeras gotas de lluvia salpicaron su rostro y se apresuró a cruzar la calle. Unos meses más adelante se encontraba su casa. Al llegar, se deshizo de sus zapatos húmedos, colgó su abrigo en el perchero junto a la puerta y fue directa al baño. Se adentró en la bañera una vez que estuvo llena y dejó escapar un suspiro tembloroso al sentir el calor del agua arropando su cuerpo. Apenas había cerrado sus ojos cuando los recuerdos de aquella tarde la asaltaron como relámpagos en una tormenta: los azules y familiares ojos de su prometido, su cálida sonrisa, la emoción pintada en su rostro al verla entrar a la iglesia. El beso que selló su unión… Clare sonrió al rememorar la alegría con la que su esposo la tomó entre sus brazos y la hizo girar en volandas al salir de la iglesia. La misma felicidad que se vio empañada por el recuerdo de lo que vino después. Los disparos, los gritos, el dolor y la sangre. ¡Dios! Había tanta sangre saliendo del pecho de su esposo.

—¿Por qué? —sollozó sin poder retener por más tiempo las lágrimas—. ¿Por qué él? ¿Por qué no alguien más?

Clare no alcanzaba a comprender por qué, de todos los presentes, tenía que haber sido precisamente su esposo quien perdiera la vida ese día. Se sintió una egoísta por pensar de esa manera, pero después de todo lo que había pasado en su vida, lo último que le importaba era tener que preocuparse por su generosidad.

Salió de la tina media hora después, solo cuando el sonido de su estómago le recordó que no había comido nada desde el almuerzo. Se colocó un bóxer y una camiseta vieja de su marido fallecido que le llegaba a mitad de los muslos, y fue directa a la cocina. Sacó del refrigerador una de esas cenas congeladas que solía comprar por lotes cada semana y la metió en el microondas; observaba los segundos pasar uno a uno hasta que el sonido de su celular la hizo maldecir por el susto.

—Ya voy. ¡Ya voy! —gritó, como si el artefacto pudiera escucharla—. Mierda. Otra vez tú —gruñó al observar el nombre en la pantalla.

—Hija, sé que estás ahí —dijo su madre sin esperar un saludo de Clare que sabía que no llegaría.

—Hola de nuevo, mamá —espetó con disgusto—. Antes de que lo preguntes, sí, estoy bien. Estoy comiendo, justo acabo de salir de la ducha, después de llegar del trabajo. ¡Como todos los días! —dramatizó—. Soy un adulto funcional. No necesitas hablar cada maldita hora del día.

—Solo me preocupo por ti, Clare. Desde que él murió no has vuelto a ser la misma, cariño —murmuró con dolor—. Han pasado tres meses, es hora de seguir adelante.

«¿Hora de seguir adelante?», se preguntó. Como si pudiera hacer tal cosa. Como si su esposo hubiera sido solo un sueño que se olvida con el tiempo y de vez en cuando vuelve en forma de recuerdos borrosos.

—Lo estoy haciendo, mamá —concedió, con tal de no iniciar una discusión—. ¿Hay algo más por lo que hayas llamado, o…?

—De hecho, sí. ¿Recuerdas a Sara, tu prima? Está por casarse y nos ha invitado a la boda… Sé que tal vez parezca pronto para ti, pero creo que te ayudaría salir un rato y distraerte…

—¿Es en serio, mamá?

—Sí. ¿Por qué no? El mundo sigue, hija y…

No dejó que su madre terminara la frase y colgó la llamada.

Cómo se le podía ocurrir invitarla a celebrar una boda, cuando solo habían pasado tres meses desde que su novio había sido asesinado ¡EN SU PROPIA BODA! Llena de rabia, y consumida por el dolor, lanzó con fuerza su teléfono hacia la puerta, pero sin querer terminó por derribar el perchero, haciendo un desastre. Su bolso, el paraguas y su abrigo quedaron desparramados por el suelo De mala gana, se agachó para recoger todo de nuevo y, al tomar el abrigo, se maldijo a sí misma al notar el papel que cayó de él y fue a parar a sus pies. Era el volante. Con nuevos ojos, lo abrió y recorrió sus letras con mente más abierta. Uno de los servicios que ofrecía tuvo más peso que los demás y, sin pensar demasiado en las consecuencias, tomó su celular y marcó el número de teléfono que ahí venía.

—“El santuario de las sombras. El lugar donde explorarás lo desconocido y encontrarás la paz que tanto anhelas”. Buenas noches, ¿en qué puedo ayudarte?

—Quiero contactar a mi esposo fallecido…


El día se había vuelto eterno para Clare tras tener que soportar las insinuaciones de su jefe en el trabajo. Se dijo a sí misma que debía buscar otro empleo y, aunque la idea de rellenar solicitudes y presentarse a entrevistas no estaba dentro de su lista de cosas favoritas, la situación ya había llegado lo suficientemente lejos como para continuar en ese empleo. Los últimos minutos antes de terminar la jornada fueron los peores. Observó con ansias la lentitud con la que avanzaban las manecillas del reloj en su muñeca, y no sabía si eran sus ojos los que la engañaban, pero incluso le parecía que se movían hacia atrás. Apenas puso un pie fuera del edificio, una ráfaga de gélido viento levantó el dobladillo de su vestido y se coló entre sus piernas, haciéndola estremecer. La joven se ajustó con fuerza el abrigo y detuvo el primer taxi que pasó frente a ella.

Ese día la ruta sería diferente. La noche anterior había cometido la estupidez de concertar una cita en “El santuario de las sombras”, y a pesar de que todo en su interior le gritaba que estaba cometiendo un terrible error; que ese lugar no era más que una farsa y terminaría perdiendo su dinero, la curiosidad fue más fuerte que su razón y no pudo negarse al impulso de visitar a la médium y escuchar lo que tenía para decir. «Seguramente puras mentiras», se dijo a sí misma, pero ya era tarde para arrepentirse, pues el taxi se detuvo frente al lugar y no había vuelta atrás.

La campanilla de la puerta la sobresaltó cuando atravesó la cortina de cuentas que colgaba desde el marco. Se adentró al oscuro y tenebroso espacio, que más bien parecía una cueva llena de toda clase de curiosos artefactos: desde lo más predecible como las velas, hasta cráneos de animales, plantas exóticas, pentagramas y amuletos por doquier. Incluso había una de esas pequeñas mesas redondas con una bola de cristal en el centro. Clare reprimió las ganas de reírse de sí misma por haber pensado que aquello sería diferente, pero decidió continuar con la aventura.

—Hola, Clare, te estaba esperando. —Una voz femenina interrumpió el curso de sus pensamientos, haciéndola soltar una maldición.

—¿Cómo sabes mi nombre? —cuestionó con nerviosismo.

—Tenemos una cita, ¿recuerdas?

—Ah, por supuesto —balbuceó avergonzada.

—Pasa. Déjame verte —pidió la médium—. Puedo sentir el dolor que hay en tu corazón. ¿A quién perdiste? Tus padres, un amigo… ¿un amor, tal vez?

—Tú eres la adivina, deberías saberlo —se burló Clare llegando frente a la mujer de cabellos blancos y labios rojos que la observaba con detenimiento.

A Clare se le pusieron los vellos de punta al sentir aquella mirada atravesando su cuerpo, desvelando los más oscuros secretos de su alma. Tomó asiento frente a la médium, decidida a no dejarse intimidar, y fue al grano:

—Como dije cuando hablamos, quiero contactar a mi esposo —masculló más seria—. Murió hace tres meses, pero su recuerdo no me deja vivir en paz. Siento algo raro en mi interior. A veces creo que puedo sentirlo conmigo —confesó.

—Ahora recuerdo —murmuró la mujer—. ¿Cómo murió tu esposo?

—Fue el día de nuestra boda —dijo, tragando el nudo que se formó en su garganta—. Un hombre le disparó al salir de la iglesia y luego se quitó la vida.

—Entiendo. A veces, cuando una persona muere de forma violenta, su alma tarda en adaptarse a su nueva realidad —explicó la médium—, y corre el riesgo de permanecer en este plano terrenal hasta que pueda comprender y aceptar lo que le sucedió. Se dice que el alma queda en pena, atrapado entre ambos mundos.

—¿Cómo es posible saberlo? —cuestionó Clare con angustia—. ¿Es posible contactar a los muertos de verdad?

—Si no lo creyeras no estarías aquí. —Sonrío la mujer.

—¿Qué debo hacer para comunicarme con mi esposo?

—Existen diferentes rituales de invocación —explicó—, pero todos tienes sus riesgos. Las artes oscuras no son un juego. Así como existe la bondad, el más allá está lleno de seres malignos con los que no quieres cruzarte ni por error.

Clare pudo haber jurado que la temperatura de la habitación descendió un par de grados ante la mención de dichos seres, pero su necesidad de volver a hablar con su amado la consumía de adentro hacia afuera. «Solo será una vez», se prometió. «En cuanto sepa que se encuentra bien y ha aceptado su muerte, me despediré de él y no volveré a torturar a su alma».

—Dígame qué debo hacer.


•❃°•°✝°•°❃•


Como había aconsejado la médium, Clare esperó una semana para hacer el ritual. Halloween siempre fue una de sus celebraciones favoritas, sin embargo, jamás se había detenido a pensar en la magia que representaba esa noche en particular. La mujer le había explicado que los hechizos tenían un mejor resultado si se llevaban a cabo durante un evento cósmico y, a pesar de que la víspera de Todos los Santos no lo era en sí misma, solo los más conocedores sabían que esa noche se abría un portal entre ambos planos terrenales que permitía a los muertos vagar entre los vivos. «No solo a los muertos», había dicho la médium. Pero Clare no planeaba detenerse por eso.


Llegó a casa después de conseguir los suministros necesarios para realizar el ritual de invocación. La mujer se había ofrecido a guiarla en el proceso, pero la joven se negó rotundamente. Si había decidido hablar con su novio por última vez, no quería sentirse cohibida por la presencia de una completa extraña. Necesitaba privacidad.

‍​‌‌​​‌‌‌​​‌​‌‌​‌​​​‌​‌‌‌​‌‌​​​‌‌​​‌‌​‌​‌​​​‌​‌‌‍—No sé quién está más loca, esa mujer, o tú, Clare —se dijo a sí misma al dejar las bolsas sobre la mesa.

Sorprendentemente, le había sido demasiado fácil conseguir cada uno de los ingredientes para el hechizo. Desde las velas, hasta los huesos de un cuervo; el romero, la sal y la mirra, así como el pequeño grimorio que contenía el conjuro que citaría para invocar el alma de su amado.

No perdió tiempo y se dispuso a preparar todo. Separó los muebles de su sala de estar e hizo espacio en medio de la habitación donde dibujó un pentagrama bordeado por un círculo de sal para su protección. En el centro del círculo, colocó un altar pequeño adornado con velas de diferentes colores, cada una representando un elemento: fuego, aire, agua y tierra. El suave aroma de la mirra y el romero quemándose en un incensario llenó el aire, mezclándose con el olor de la cera derretida. Frente a ella, sobre el altar, estaba la fotografía de su difunto esposo; al mirarla, una lágrima solitaria brotó de la comisura de su ojo.

—Te extraño tanto, mi amor —susurró con dificultad.

Esperó impaciente a que el reloj diera las doce y cinco minutos antes de la hora se sentó en la penumbra de la habitación, cerró los ojos y tomó una profunda respiración. Abrió el grimorio antiguo con manos temblorosas y comenzó a recitar las palabras del hechizo, su voz apenas un susurro al principio, pero ganando fuerza con cada palabra.

A medida que pronunciaba las frases en latín, las llamas de las velas parpadearon y el aire en la habitación pareció vibrar con energía, sin embargo, nada parecía estar sucediendo a su alrededor. Pero no se dio por vencida y siguió recitando; su voz ahora firme y decidida, llamando a su amado desde el más allá. De repente, una ráfaga de viento frío barrió la habitación, apagando todas las velas excepto una. Un desagradable escalofrío recorrió su columna vertebral y se instaló en su nuca. El corazón parecía querer salirse de su pecho y las manos comenzaron a sudarle. «Está funcionando», pensó al sentir cómo el aire se espesó a su alrededor.

—¿Amor, eres tú? —cuestionó con voz temblorosa—. ¿Estás aquí?

No hubo respuesta.

—Perdón si he interrumpido tu descanso, pero necesitaba hablar contigo por última vez —sollozó, a la espera de una contestación.

Volteó a los lados en busca de una silueta, un sonido, un olor o alguna otra señal de su presencia, y se decepcionó al no encontrar nada más que el silencio de la habitación, solo interrumpido por el crepitar de la vela que seguía encendida.

De repente, su corazón se aceleró y latió con fuerza al escuchar la profunda y maliciosa voz que provenía desde su espalda. Una voz que, sin duda, no era la de su esposo:

—Vaya, tu pronunciación fue tan mala, que me sorprende que no hayas invocado a un payaso.

Clare supo en ese instante que algo había salido terriblemente mal... El aire de la habitación pareció congelarse, y la luz de la vela parpadeó, proyectando sombras danzantes en las paredes. Tragó saliva, intentando encontrar las palabras que habían quedado atascadas en su garganta.

—¿Qui- quién eres? — tartamudeó, girando lentamente sobre sus pies, esperando encontrarse con el dueño de aquella voz que parecía tan cercana y lejana a la vez.

El espectro soltó una risa fría y burlona.

—No soy un «quién», sino un «qué», querida Clare —habló de nuevo y el sonido se escuchó en todas partes, como una psicofonía aterradora que atravesó sus huesos.

La joven dio dos pasos temblorosos hacia la mesita donde había dejado su celular. Tenía que encender las luces, pero el terror que atenazaba su cuerpo le impedía moverse con soltura.

«Yo regresaría al círculo si fuera tú», murmuró la voz, pero esta vez la escuchó dentro de su cabeza.

—¿Qué eres? —preguntó Clare, regresando a trompicones dentro del círculo de protección—. V-vete, de- déjame en paz.

La joven sintió cómo la desesperación la envolvía, sus manos temblaban mientras intentaba retroceder aún más, pero estaba atrapada dentro del círculo que ella misma había dibujado. La risa fantasmal resonó en la pequeña habitación, amplificando su miedo. Ella cayó de rodillas, derramando las primeras lágrimas que empaparon sus mejillas en cuestión de segundos.

—Por favor... vete. No fue mi intención molestarte —suplicó apretando los dientes.

—¿Tan pronto quieres que me vaya? Acabo de llegar —se mofó—. Podemos divertirnos mucho juntos, ¿te gustaría?

—No me importa «quién» o «qué» seas, solo márchate y vuelve a la cloaca de donde saliste —increpo Clare con renovada valentía, llamando la atención de su acompañante.

«¿Acaso no tienes miedo de mí?», preguntó en su mente. La voz tan suave y seductora como una caricia, le provocó un escalofrío en la nuca que la hizo retorcerse y jadear por el asombro. «Dime, Clare, ¿Qué crees que soy? Piensa…».

La joven sabía lo que era. Tenía la palabra en la punta de la lengua, pero le aterraba mencionarla y que así se volviera realidad.

«Lo sabes ¿cierto? Solo tienes que decirlo y me presentaré ante ti».

—¡Sal de mi maldita cabeza! —gritó Clare, sosteniendo sus sienes con desesperación.

El temor dio paso a la furia y la joven comenzó a lanzar las velas del altar en todas las direcciones, como si así pudiera deshacerse de la presencia que la acompañaba. De pronto las luces de la habitación se encendieron y comenzaron a parpadear, al tiempo que un viento fantasmal daba vueltas a su alrededor cada vez más rápido. Un pequeño torbellino de sombras negras giró entorno al círculo, esparciendo la sal, las hierbas y la fotografía de su esposo.

Clare gritó sosteniendo su cabeza al sentir el vendaval que azotó su piel y se coló en su ropa, en su cabello, entre sus dedos…

—Piensa —ordenó la voz que de pronto se volvió oscura y tenebrosa. Vieja y joven a la vez.

«Piensa».

—Piensa.

«Sabes lo que soy».

—Solo dilo.

«Dilo».

—¡Dilo!

—¡Largo de aquí, maldito demonio! —chilló Clare, poniendo en palabras sus sospechas. Al instante, todo quedó en silencio.

El viento se esfumó. Las luces se encendieron. La voz salió de su cabeza.

Clare abrió los ojos un segundo después, tratando de adaptarse de nuevo a la luz y se tambaleó hacia atrás, sus ojos bien abiertos al ver la figura oscura materializándose frente a ella: un enorme hombre de apariencia muy mortal para ser un demonio caminó hacia ella lentamente desde la esquina opuesta de la habitación. Vestía de negro: pantalones, camisa, gabardina y botas. Sus ojos oscuros parecían no tener fondo y la llamaban de una forma que no podía explicarse, pero de pronto se le antojó perderse en esos orbes tan negros como la noche misma que la seducían y la invitaban a pecar.

La sonrisa del demonio se ensanchó al notal la mirada de Clare deslizándose por cada centímetro de su anatomía paranormal, y, en un parpadeo, desapareció y reapareció nuevamente frente a ella.

—Bingo —murmuró tan cerca de sus labios que su aliento se mezcló con la respiración agitada de la joven, obligándola a cerrar los ojos—. Es un placer para mí que me veas por primera vez, querida Clare.

—Te ruego que te marches. No eres a quien invoqué —balbuceó ella con toda la determinación que pudo reunir, sin embargo, el demonio se inclinó, acercándose aún más, sus ojos llenos de un deleite cruel. Sonrío con malicia, antes de susurrar junto a su oído—Lo siento, Clare. Pero ahora que estoy aquí, no pienso irme sin hacer un poco de... daño.

‍​‌‌​​‌‌‌​​‌​‌‌​‌​​​‌​‌‌‌​‌‌​​​‌‌​​‌‌​‌​‌​​​‌​‌‌Las piernas de Clare dejaron de sostenerla al sentir el cálido aliento del demonio acariciando la piel de su cuello. Todo a su alrededor se tornó borroso y perdió el control de sus sentidos, cayendo en picada al suelo, inconsciente.


No supo cuántos minutos permaneció desmayada, pero, cuando recobró la conciencia, se levantó lentamente: apoyó sus manos en el frío piso y logró sentarse sobre sus piernas. La cabeza le daba vueltas y un dolor punzante taladraba sus sienes. Recordó unos oscuros ojos, una risa sarcástica y una sonrisa perversa que de solo pensar en ella se estremeció. «Debió ser un sueño. Una pesadilla…», se dijo. Pero antes de que lograra formular la idea, una voz profunda como el océano se coló en su mente sin permiso. «¿Quién es este?», preguntó el demonio desde donde estaba acuclillado junto a ella, observando con curiosidad la fotografía de su esposo.

—¡Deja eso! —lo reprendió Clare, sin importarle que fuera un ente demoniaco—. ¿Cómo te atreves a tocar con tus asquerosas manos el recuerdo de mi esposo?

—Ah… ahora entiendo —dijo él, poniéndose de pie, ignorando los golpes que la chica le propinaba con furia en el pecho—. ¿Es él a quien intentabas llamar?

—¡Sí! ¡Regrésamela!

El demonio colocó su dedo índice de manera despreocupada en la frente de la chica, apartándola sin ningún esfuerzo de él, mientras sostenía con su otra mano el retrato.

—¿Eres una bruja o algo así? —cuestionó, analizando la habitación con curiosidad—. Porque si lo eres, déjame decirte que eres mala. —Se burló, y su risa reverberó en el pecho de Clare.

—No soy ninguna bruja —se defendió ella—. Y tú no pareces un demonio.

—Ah ¿no? Y según tú, ¿Cómo debería lucir uno?

—Pues… no lo sé. Supuse que tendrías cuernos y una larga cola…

Una profunda carcajada brotó de la garganta del demonio.

—Lamento decepcionarte, mi querida Clare. No tengo una cola, pero hay partes de mi cuerpo que te sorprendería lo largas que pueden llegar a ser.

—Sucio bastardo —masculló entre dientes—. Y deja de decirme así. Ni me quieres, ni soy tuya.

—Eso tiene solución —sugirió con malicia, mostrando una sonrisa ladina que le provocó un espasmo a Clare.

—N-no te atrevas a… a tocarme —tartamudeó ella, retrocediendo sobre sus pasos.

El demonio cerró los ojos e inspiró profundamente como si pudiera percibir el temor de la chica en el aire y sonrió para sus adentros, extasiado. Caminó despacio hacia ella, quien apresuró su andar hasta quedar contra la pared.

—Estás atrapada —susurró él, colocando un fuerte brazo al costado de su cabeza—. ¿Qué debería hacer ahora, Clare? —murmuró, rozando sus labios.

A la joven se le desbocó el corazón sin saber qué decir.

—Vete, por favor —suplicó y, para su sorpresa, como si hubiera sido un sueño, el demonio se desvaneció ante sus ojos, dejando solo un rastro de sombras y un extraño, pero delicioso olor ahumado y dulce que evocaba recuerdos de hogueras y bosques en otoño. Una sinfonía de notas de madera quemada y especias.

«Volveré, Clare», murmuró en su mente, antes de esfumarse por completo.

La joven tardó un minuto en reaccionar. Se separó de la pared con piernas temblorosas y se apresuró a recoger el retrato de su amado, llevándolo a su pecho entre sollozos de pavor. No podía creer lo que acababa de pasar, y si no fuera por el desastre de hierbas, velas y sal que quedó esparcido por el suelo, habría pensado que había soñado todo.


•❃°•°✝°•°❃•


Pasaron los días y, como el demonio había prometido, volvió. Se aparecía siempre en los momentos menos oportunos. A veces la observaba mientras dormía, se colaba en sus sueños y la hacía desear cosas que ni siquiera sabía que era capaz de imaginar. Le gustaba burlarse de ella cuando estaba en el trabajo y asustarla de camino a casa. Nunca le había hecho verdadero daño. Sin embargo, Clare estaba harta de sentirse observada de día y de noche y, sobre todo, de ser objeto de sus burlas. Pensó en deshacerse de él de una vez por todas. Se le ocurrió volver a “El santuario de las sombras”, pero, sospechosamente, el lugar se encontraba cerrado y un letrero en la puerta rezaba «CLAUSURADO».

Se encontraba en el trabajo cuando percibió ese olor a humo y almizcle tan característico del demonio. Volteo discretamente a los lados y, aunque no podía verlo, sabía que estaba ahí, al acecho, como un depredador. El teléfono de su escritorio timbró, sobresaltando a la joven. Respondió, e hizo una mueca al escuchar la voz de su jefe en la otra línea.

—Clare, venga a mi oficina, ahora.

«¿Ahora qué quiere ese viejo rabo verde?», se preguntó, y no le sorprendió escuchar la carcajada dentro de su cabeza que la hizo gruñir una maldición. «¡Sal de mi mente!», le ordenó al demonio, el cual no tardó en responder: «Jamás. Me gusta tu mente, Clare». «Vete al infierno», regresó ella mientras se dirigía a la oficina de su molesto jefe. «El infierno no es tan divertido como tú». Clare alzó su mano y le mostró un gesto ofensivo con su dedo medio que desató una nueva risotada de su enemigo.

‍​‌‌​​‌‌‌​​‌​‌‌​‌​​​‌​‌‌‌​‌‌​​​‌‌​​‌‌​‌​‌​​​‌​‌‌‍Golpeó dos veces la puerta antes de entrar a la oficina.

—¿Puedo servirle en algo, señor Smith?

«Mala elección de palabras, querida Clare».

—Mm… esa oferta suena muy tentadora —respondió su jefe entrecerrando los ojos, con una sonrisa sugerente que le hizo hervir la sangre—. Solo estoy bromeando. Acércate, Clare, no muerdo… mucho.

La joven inhaló una honda respiración y se obligó a caminar hacia el escritorio. Le extrañó no ver ninguna otra silla además de la del hombre, pero no le dio importancia y permaneció de pie.

—Necesito que revise estos documentos —decretó, dejando los papeles sobre el escritorio, lejos de su alcance. Se puso de pie y rodeo la mesa, colocándose a espaldas de la chica.

A Clare se le pusieron los vellos de punta y el estómago se le revolvió al sentir el calor que emanaba del robusto cuerpo de su jefe.

—¿Qué esperas? Léelo para mí.

La chica se estiró para tomar los papeles y tuvo que inclinarse hacia adelante para alcanzarlos, cosa que el hombre aprovechó para restregar su asqueroso miembro en su trasero.

Clare se tensó de inmediato. La sangre se calentó dentro de sus venas. Sus manos formaron puños sobre el escritorio y su mente dio forma a cientos de escenarios en donde se veía acuchillando al sujeto y cortando sus genitales hasta derramar cada gota de su sangre sobre el pulido piso de la oficina. No supo en qué momento tomó el bolígrafo que apretó entre sus dedos, pero todo en su sistema le decía que se defendiera, que se lo clavara en un ojo, o en la sucia mano que ahora se deslizaba por su cadera.

«Hazlo, Clare», la alentó el demonio y a ella le pareció que su voz se había vuelto más ronca de lo normal. «Sabes que quieres hacerlo. Te sentirás mejor cuando lo hagas». «No puedo», respondió la chica y, aún dentro de su cabeza, sus palabras sonaron temblorosas, llenas de frustración. «Mátalo, o lo haré yo», advirtió el ente en un gruñido espantoso que le provocó un escalofrío a través de su columna vertebral.

—¿Qué pasa, Clare? —ronroneó el hombre a su espalda, sin quitarle las manos de encima—. ¿Hay algún problema con los documentos?

«Sal de aquí, ¡ahora!», bramó el ser maligno que habitaba su cabeza y esta vez no daba pie a réplicas.

Clare supo en su interior que no estaba bromeando, por lo que empujó a su jefe lo suficiente para liberarse de su agarre y se dio la vuelta, decidida a marcharse.

—¿Adonde vas, Clare? ¡Vuelve aquí!

La joven no quiso saber nada más, tomó su bolso y salió corriendo del edificio sin mirar atrás.


Clare no logró dormir en toda la noche. No podía dejar de pensar en lo que había sucedido y en cómo podría volver a su trabajo al día siguiente, después del atrevimiento de su jefe. Por lo que llegó a la conclusión de que debía renunciar. Al tomar la decisión, sintió como si le hubieran quitado un peso de encima. Esa noche, el demonio no se presentó. Después de haberlo hecho todas las noches desde que lo había invocado, a Clare le pareció insólita su ausencia. No era que lo extrañara, pero no lograba decidirse si su abandono la tranquilizaba o la preocupaba aún más.

Al día siguiente, se vistió de manera informal; dejó un beso en el retrato de su esposo antes de salir de su habitación, tomo su bolso y su abrigo del perchero junto a la puerta y salió de casa rumbo a la oficina. Bajó del autobús y caminó hasta llegar al edificio, pero al acercarse se percató de las patrullas que acordonaron el área, cerrando el paso a su edificio. A Clare se le detuvo el corazón por un segundo, temiendo lo peor.

—¿Qué ha pasado? —preguntó a Samanta, su compañera, quien le dedicó una mirada cautelosa antes de murmurar:

—El señor Smith está muerto. Los oficiales dicen que fue un accidente —le explicó la chica—. Al parecer tropezó con el escritorio y al caer al piso se clavó el bolígrafo que llevaba en la mano en su ojo derecho. Murió al instante.

A Clare se le fueron los colores del rostro.

«El lo hizo», se dijo al recordar su advertencia y la furia con la que le ordenó que saliera de la oficina.

Los oficiales de policía clausuraron el lugar y le pidieron a todo el mundo que abandonara la escena. Sin investigaciones, sin pruebas, sin declaraciones de testigos. El caso murió ahí, al igual que el señor Smith.

Clare no supo cómo regresó a casa, su mente aturdida no lograba asimilar los acontecimientos de los últimos días. Cerró la puerta de su apartamento detrás de ella, apoyándose contra la madera fría mientras el peso de las últimas horas la aplastaba. No solo había tenido que procesar la noticia de la muerte repentina de su jefe, sino que también estaba lidiando con el caos que había traído a su vida desde aquel fallido ritual.

Se pasó una mano por el cabello, tratando de sacudirse la sensación de pesadilla constante, tomó aire profundamente y avanzó hacia su habitación con pasos cargados de agotamiento. La vista que la recibió hizo que se detuviera en seco. Allí, recostado en su cama, estaba el demonio. El mismo que había invocado por accidente y del que no lograba deshacerse. La visión de su forma relajada y cómoda en su espacio personal era una burla de todo lo que estaba mal en su vida.

—¿Qué haces aquí? —espetó Clare con una la mezcla de frustración y agotamiento.

El demonio la miró con una sonrisa perezosa, levantando apenas una ceja.

—¿Dónde más estaría? Este lugar es mucho más acogedor que el infierno, te lo aseguro.

Ella cerró los ojos, intentando reunir la paciencia que no tenía.

—Por favor, déjame en paz. No tengo fuerzas para esto hoy.

El demonio se incorporó lentamente, sus ojos negros brillando con diversión.

—Ah, Clare, siempre tan dramática. Y pensar que todo esto comenzó porque no pudiste pronunciar bien un par de palabras. ¿Quién iba a decir que el destino de tu jefe también estaría en tus manos?

El comentario fue como una bofetada. Clare sintió las lágrimas inundando sus ojos, pero se negó a dejarlas caer.

—Hablando de eso… sé lo que hiciste y…

—¿Y qué? ¿También vas a molestarte por ello? —cuestionó el demonio, interrumpiendo a Clare.

—…gracias.

—¿Gracias? —Se levantó de un salto de la cama, sin poder creer lo que sus oídos escuchaban—. Asesiné a un hombre por tocar tu trasero ¿y dices gracias? No sé quién está más loco: tú por agradecer, o yo por salvarte de un depravado. Ser un héroe es lo opuesto a mi propósito ¿sabes?

Clare lo escuchó confundida, sin poder comprender por qué de pronto el malvado demonio que creyó que empezaba a conocer parecía tan afectado con la idea de asesinar a alguien.

—¿Ah sí? ¿Y se puede saber cuál es tu propósito, demonio? —lo encaró.

—Mi trabajo es corromper almas, Clare. —La rodeó lentamente, posicionándose en su espalda, para luego acercar su boca caliente y tentadora a su cuello y murmurar— Mi trabajo es colarme en la mente de mis víctimas e incitarlas a pecar. Susurrar en sus oídos. Intensificar sus más oscuros deseos hasta que se rindan ante mi seducción, y convencerlos de hacer el trabajo sucio por mí. No… salvarlos —escupió entre dientes, como si la idea lo enfureciera.

La joven no supo en qué momento cerró sus ojos y se permitió recostar su espalda en el pecho del demonio, hasta que este se separó abruptamente de ella, sacándola del estado hipnótico en el que se había sumido.

—¿Eso trataste de hacer conmigo? —indagó la joven, un tanto decepcionada—. ¿Querías que lo matara para hacer el “trabajo sucio” por ti?

—¿Por qué suenas tan sorprendida, querida Clare? Soy un demonio ¿recuerdas?

—¿Qué quieres de mí?

Él se encogió de hombros, su sonrisa maliciosa destacando en su rostro.

‍​‌‌​​‌‌‌​​‌​‌‌​‌​​​‌​‌‌‌​‌‌​​​‌‌​​‌‌​‌​‌​​​‌​‌—Quizás solo quiero ver cuánto más puedes soportar antes de romperte. O tal vez... —Se acercó, susurrando en su oído—, quiero ayudarte a descubrir que eres más fuerte de lo que crees.

A Clare se le hizo un nudo en la garganta. El demonio caminó hacia la puerta y empezó a desvanecerse ante sus ojos. Pero antes de que pudiera hacerlo del todo, Clare lo detuvo.

—Espera… ¿Cómo te llamas?

—¿Mi nombre? ¿Para qué quieres saber mi nombre?

—Todo el mundo tiene un nombre. —La joven se encogió de hombros.

—Yo no pertenezco a este mundo, Clare.

—¿Entonces no lo tienes?

—Los demonios no tenemos permitido decir nuestros nombres reales. Es una regla. Si lo supieras, podrías invocarme a tu antojo… entre otras cosas. —Sonrío con malicia, ocultando el resto de la información.

—¿Entonces no vas a decírmelo?

El demonio desapareció en un parpadeo, dejando atrás solo el eco de una carcajada traviesa que hizo sonreír a Clare por primera vez desde que su esposo falleció.

La joven negó con su cabeza, sorprendida de sí misma. Suspiró con cansancio antes de dejarse caer en la cama y, en el momento en el que cerró los ojos, la voz del demonio arropó cada rincón de su mente como una cálida frazada.

«Mi nombre es Arawn, querida Clare».

Arawn salió del departamento de Clare, sintiéndose más confundido que nunca. Caminaba por las calles oscuras, agradeciendo el aire frío de la noche que lo envolvió mientras su mente daba vueltas una y otra vez a su última conversación con Clare. Sonrió para sus adentros al recordar cómo le había agradecido por matar a aquel hombre que, de solo recordar sus manos acariciándola, un calor ardiente como jamás había sentido abrazó sus entrañas y amenazó con calcinarlo de adentro hacia afuera. «Esto es una mierda», pensó con amargura. El sonido de sus botas resonando en el pavimento. De repente, una figura familiar apareció en su camino.

—¿Desde cuándo eres un acosador, Zadkiel? —gruñó a su viejo amigo y, como recordaba dolorosamente, un ángel—. Perdón, olvidaba que siempre lo has sido.

Zadkiel lo observó con sus ojos serenos, llenos de una comprensión que Arawn encontraba irritante.

—La costumbre, supongo —murmuró con calma, saliendo de entre las sombras—. Te ves diferente ¿Qué ha pasado? —cuestionó, inclinando la cabeza ligeramente.

Arawn suspiró, frustrado. No le agradaba la idea de confesarle sus preocupaciones, pero nadie lo conocía mejor que Zadkiel y sabía que no lo dejaría en paz hasta sonsacarle la verdad. Además, necesitaba contárselo a alguien o explotaría en cualquier momento.

—Conocí a una chica —murmuró en un hilo de voz, casi deseando que no lo hubiera escuchado—. Se llama Clare. Y hoy... hoy asesiné para protegerla. ¿Puedes creerlo? —resopló una risa aguda y carente de gracia—. Yo, un demonio, matando a alguien para salvar a una humana. Ahora debo agregar cien almas más a mi deuda con Belial.

Zadkiel lo observó en silencio por un momento antes de hablar.

—Jamás debiste hacer un trato con él en primer lugar.

—No estoy para reclamos, Zadkiel —bramó, dejando relucir un poco de su endemoniado carácter.

—Tal vez esta chica sea tu redención, Arawn.

El demonio se rio, una carcajada amarga que quemó su garganta al salir.

—No hay redención para mí, Zadkiel. Estoy demasiado hundido en la mierda. Clare es solo... una anomalía. Algo que se resolverá pronto.

El ángel sonrió ligeramente, como si supiera algo que Arawn no comprendía.

—Tal vez, pero las anomalías tienen una manera de cambiar las cosas. Tal vez, solo tal vez, Clare puede ayudarte a encontrar la luz que ni siquiera sabes que estás buscando.

Arawn lo observó, intentando comprender las palabras de su amigo. Pero la sombra en su corazón era demasiado profunda, y simplemente negó con la cabeza antes de continuar su camino, dejando a Zadkiel y sus esperanzas tras de sí.


•❃°•°✝°•°❃•


Apenas se fue Arawn, Clare decidió tomar un baño. Se sentía extrañamente en paz consigo misma, lo cual, a su vez, la hizo sentirse terriblemente mal. Por más que le daba vueltas, no lograba comprender lo que le sucedía cuando estaba cerca de él. Sabía lo que era, conocía sus alcances y, desde luego, le temía. «¡Es un demonio, por todos los cielos!», pensó, alarmada. Pero tenía que ser sincera y admitir que también se sentía de alguna forma… protegida a su lado.

—¿Pero en qué estoy pensado? —dijo, con una sonrisa boba en sus labios—. Arawn es lo peor que me ha pasado en la vida. Una equivocación producto de mi estupidez.

«¿Pensando en mí tan pronto, querida Clare?», escuchó en su mente, haciéndola tropezar cuando caminaba hacia el baño. Por acto reflejo, colocó sus manos en el mueble donde se encontraban las fotografías de su boda, e hizo caer una de ellas al suelo. El cristal se rompió en mil pedazos, cortando sus dedos al tiempo en que se apresuró a recoger el retrato. La realidad la golpeó con fuerza al ver la imagen de su adorado esposo. Parecía triste, decepcionado, como si desde el más allá pudiera sentir que Clare lo olvidaba un poco cada día. La idea le revolvió el estómago; ella sabía que jamás podría olvidarlo. Después de todo, las locuras que había cometido últimamente las había hecho en nombre de su amor, con la esperanza de poder contactarlo una última vez. La tristeza hizo de las suyas, filtrándose en cada poro de su piel. El corazón le dolió como aquel día que vio morir a su amado sin poder hacer nada, y el recuerdo la arrastró a una espiral de depresión de la que, sabía, le resultaría difícil escapar. Decidida, tomó uno de los cristales del suelo y se dirigió al baño. Y con absoluta determinación, esperó a llenar la bañera, se despojó de su ropa y entró al agua hasta que esta le cubrió el pecho. «Qué fácil sería solo recostarme y dejar que el agua se lleve mi soledad para siempre», pensó. «Sería una muerte lenta y dolorosa. Usa el cristal, será más rápido y dramático». Clare observó el vidrio en su mano y se preguntó qué tan doloroso sería. Cuánto tardaría en desangrarse. Colocó el extremo más afilado en su muñeca y presionó hasta que de su piel brotó un delgado hilo de sangre que se disolvió en el agua.

—Hazlo de forma vertical —escuchó desde la puerta—. Un buen corte y todo terminará en segundos —murmuró Arawn con parsimonia.

Clare lo miró sin inmutarse: se encontraba de pie frente a la puerta, con los brazos cruzados a la altura de su pecho y su ceño fruncido. Su mirada parecía turbia mientras observaba el cristal en su mano, como si se estuviera debatiendo entre quitárselo o apresurarla a terminar el trabajo.

De acuerdo con sus anteriores consejos, Clare podía adivinar que se trataba de la segunda opción.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con indiferencia—. ¿Acaso no puedo acabar con mi vida en paz?

Un desagradable espasmo le recordó a Arawn que aún tenía un corazón que latía, e hizo cuanto pudo por no sujetar su pecho cuando, después de años, lo sintió oprimirse con fuerza.

—Me equivoqué contigo —soltó, fingiendo aburrimiento—. Después de todo, no eres tan fuerte como pensaba.

—Pensé que tu propósito era alentarme a pecar, no que me reprenderías como si fueras mi madre.

—Se me ocurren formas más divertidas de pecar, Clare. —Sonrío de forma sugerente, pero el regocijo no llegó a sus ojos—. Deja esa mierda y sal de ahí. Te mostraré cuán divertida puede ser la vida, cariño.

—Una vez dijiste que como bruja era mala, pero tú como demonio eres pésimo —se burló Clare, provocando que Arawn sonriera de verdad—. Me has salvado dos veces en menos de una semana. Eso no es muy demoniaco de tu parte.

Clare se puso de pie sin importarle mostrar su desnudez al demonio. Después de todas las veces que la había acosado durante los últimos días, no dudaba que ya la hubiera visto de esa forma antes.

A Arawn se le secó la boca al ver a Clare saliendo de la bañera. El agua se deslizó por su cuerpo de forma dolorosamente lenta, despertando deseos en el demonio que creía dormidos. Pasó por su lado, lanzándole una mirada insolente que apagó lo que sea que comenzaba a encenderse en su interior, pues el dolor en sus ojos era palpable.

—Largo de aquí, demonio entrometido —ordenó Clare, pero no fue hasta que mencionó su nombre que le resultó imposible desobedecer, pues, de hecho, ese era el poder que se le otorgaba a quien conociera su verdadero nombre—. Vete y déjame en paz, Arawn.

Arawn salió del departamento de Clare, aturdido. La forma en que había pronunciado su verdadero nombre lo obligó a obedecer, una acción que lo perturbaba más de lo que quería admitir. Vagar por las calles de la ciudad no le ofrecía consuelo; su mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos. El ruido de la ciudad a su alrededor apenas lograba calmar la tormenta que rugía en su interior. Arawn trataba de entender por qué Clare tenía tal efecto en él, cuando de repente, dos figuras oscuras aparecieron frente a él. El estómago de Arawn se retorció y su boca hizo una mueca de disgusto al reconocer a Morthul y Azruk, dos demonios menores, fieles sirvientes de Belial, el príncipe del infierno al cual servía desde hacía casi diez años.

Sus ojos brillaron con malicia al hablar.

—Belial exige verte en el infierno —anunciaron al unísono con una sonrisa perversa estirando sus horripilantes bocas.

Arawn los miró con irritación, apenas conteniendo el gruñido que apretaba su garganta y deformaba su rostro.

—¿Ahora qué quiere? —murmuró, dejando que lo guiaran de vuelta al inframundo.

El infierno era un lugar sombrío al que nunca dejaría de odiar. Cada visita le provocaba un estremecimiento en los huesos, un frío que ninguna llama podía calentar. Por más veces que hubiera cruzado sus umbrales, nunca lograba acostumbrarse a esa atmósfera opresiva y desoladora. La pena se sentía en el aire y se enroscaba en sus nervios como una enredadera, una tristeza tan densa que casi podía tocarse. El dolor de las almas que pagaban sus penitencias lo envolvía en una neblina espesa; sus lamentos, constantes recordatorios de las vidas que él había ayudado a condenar. Cada grito, cada susurro de desesperación, le llegaba hasta lo más profundo como garras rasgando su espíritu. «Y pensar que este sería mi destino», se dijo a sí mismo a mitad de un escalofrío. Cada vez que estaba allí, solo podía pensar en una cosa: haría lo que fuera, entregaría cuantas almas fueran necesarias, con tal de librarse de pasar la eternidad en ese lugar.

Mientras descendían, su mente se agitaba con preguntas. «¿Qué querrá Belial ahora?». Apenas había estado allí el día anterior, después de asesinar al jefe de Clare. No podía escapar al control de Belial; su trato lo mantenía atado a su voluntad, por lo que un detalle como ese jamás pasaría desapercibido por el demonio mayor. Asesinar a sus víctimas estaba fuera de las normas. Cada alma que Arawn cazaba debía ser corrompida únicamente por su mala influencia. De lo contrario, ¿Qué le impediría matar a mil humanos y entregar sus almas a Belial? Las víctimas debían caer en la tentación y condenarse a sí mismos a través del pecado.

Al llegar al inframundo, la sorpresa golpeó a Arawn como una bofetada. El trono de Belial estaba vacío. No había rastro del príncipe del infierno por ningún lado. Los demonios menores se rieron, un sonido que resonaba como un eco desagradable.

—¿Dónde está Belial?

—¿Oh, te preocupa tu príncipe? —Morthul se burló—. No te angusties, solo está entretenido... con tu pequeña humana.

Arawn sintió cómo la ira y la desesperación se arremolinaban dentro de él. Clare estaba en peligro, y él había sido tan idiota para caer en la trampa de los demonios, quienes continuaron riéndose, disfrutando de su angustia.

—Deberías apresurarte —dijo Azruk con una sonrisa torcida—. El príncipe Belial no es conocido por su paciencia.

—¿Cómo es posible? —urgió Arawn—. Los demonios mayores no pueden atravesar el umbral del infierno.

—Pregúntaselo a tu chica —dijo, mientras ambos se reían como si compartieran un chiste que él no pudiera comprender—. Belial fue a visitarla para agradecerle por abrir el umbral.

A Arawn se le congeló la sangre y, si hubiera podido morir de un infarto, lo habría hecho en ese instante.

‍​‌‌​​‌‌‌​​‌​‌‌​‌​​​‌​‌‌‌​‌‌​​​‌‌​​‌‌​‌​‌​​​‌​‌‌‍Sin perder el tiempo, Arawn utilizó todo su poder para regresar a la tierra. Ni siquiera quería imaginar lo que Belial planeaba hacer con Clare si la encontraba antes que él. Lo conocía, sabía cuán sádico podía llegar a ser, y en cualquier momento las cosas podían salirse de control.

Desesperado como jamás se había sentido, llegó al departamento de Clare. Le sorprendió no escuchar gritos, pero eso no lo hizo sentir mejor, aún cabía la posibilidad de que hubiese llegado demasiado tarde. Cauteloso, atravesó la estancia, convertido en sombras hasta llegar a la habitación de Clare. Se materializó después, y soltó un suspiro de alivio al observar a la joven dormida en su cama, ajena a la situación. Arawn barrió el espacio con angustia hasta que su vista se clavó en la figura demoniaca que yacía de pie en un rincón: Belial, observaba a Clare con una intensidad perturbadora.

Arawn reconoció aquella mirada en los ojos del demonio y supo al instante que la chica estaba en peligro.

—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó Belial con una voz cargada de burla.

Arawn, controlando su furia, le replicó.

—¿Qué haces aquí, Belial? Aléjate de ella ahora mismo.

—¿Acaso acabas de amenazarme?

—Es una simple humana, ¿Qué quieres de ella?

—No seas tan dramático, Arawn. Solo he venido a agradecer a la humana que hizo posible mi salida del infierno. Pero puedo entender tu fascinación hacia ella. Es… interesante. —El demonio relamió sus labios de forma sugerente, provocando que la sangre en el cuerpo de Arawn entrara en combustión.

—No seas absurdo. No siento ninguna fascinación hacia ella —espetó con fingida indiferencia, lo cual hizo sonreír al Belial. No era tonto, por supuesto que no se tragaba ese cuento—. Anda, salgamos de aquí y dime a qué has venido.

La desesperación alcanzó un nuevo nivel en Arawn al ver a la chica removiéndose en su cama. Estaba despertando, y le preocupaba cómo reaccionaría al ver a Belial, pero, sobre todo, le aterraba que el demonio tratara de hacerle daño. Temía de su propia reacción, pues algo en su interior le decía que sería capaz de luchar en su contra para protegerla, lo cual lo dejaría en evidencia.

—De hecho, Arawn, he venido a verla a ella. Así que, en realidad eres tú quien debería irse.

—¡De ninguna manera! —gruñó, mostrando los dientes como si fuera un animal.

—Me intriga tu reacción. Quiero saber qué es eso que proteges con tanto recelo, Arawn.

«¡Maldito hijo de puta!», pensó, furioso.

Belial soltó una risita maliciosa al observar la mirada rabiosa de su súbdito.

Arawn se encontraba nervioso, una sensación que rara vez experimentaba, mientras trataba de convencer a Belial de salir del departamento de Clare.

—Belial, tienes que irte —masculló con desesperación en su voz—. Ella no debe verte aquí.

—¿Por qué tanta prisa, Arawn? ¿Acaso no quieres que ella me conozca, o te pone celoso que al hacerlo me prefiera antes que a ti?

—No sé de qué mierda estás hablando. Solo me divierto con ella. ¿No puedo darme un gusto después de todo el trabajo sucio que he hecho para ti?

—Por supuesto que puedes divertirte, pequeño demonio. Así como yo puedo hacerlo también.

La sagaz sonrisa del príncipe del infierno era un recordatorio de lo cruel que podía ser. Y sin duda no permitiría que Clare callera en sus trampas. Si él podía convencer a un humano de pecar con tanta facilidad, las habilidades del príncipe superaban con creces a las suyas y no quería imaginar hasta dónde podía llegar con una chica como ella.

El tiempo se agotaba y, justo cuando Clare abrió los ojos, Belial se desvaneció en la oscuridad, dejando a Arawn sintiéndose expuesto y vulnerable.

—¿Arawn? —balbuceó la joven con voz aletargada.

No había tiempo para explicaciones. Sin perder un segundo, Arawn desapareció tras Belial. Se encontraron en un parque cercano al departamento de Clare. Era de noche, pero aún había personas caminando por las calles, ajenas al conflicto que se desataba a su alrededor. Belial estaba de pie bajo un farol, su figura imponente destacando en la penumbra, observaba a los humanos con un gesto intermedio entre el asco y la emoción.

—Arawn, quiero hacer un nuevo trato contigo —dijo con una sinceridad que solo aumentó su desconfianza.

Él sabía que ninguna oferta que viniera del príncipe sería buena, pero no tenía otra opción más que escuchar. Con los puños apretados y la mandíbula tensa, dijo: —Habla.

Belial dio un paso adelante.

—Saldaré tu deuda de almas. A cambio, solo quiero el alma de una persona. Doscientas a cambio de una, ¿acaso no es una oferta generosa?

Arawn sintió un nudo en el estómago, su mente anticipando lo peor. Tenía casi diez años de conocer al príncipe y sabía que tenía muchas cualidades, sin embargo, la generosidad no era una de ellas.

—¿De quién estás hablando? —preguntó con voz apretada.

La risa de Belial fue gélida, haciendo que hasta el demonio sintiera un escalofrío.

‍​‌‌​​‌‌‌​​‌​‌‌​‌​​​‌​‌‌‌​‌‌​​​‌‌​​‌‌​‌​‌​​​‌​‌‌—De Clare, por supuesto.

—¿Por qué ella? —cuestionó Arawn luchando por controlar el furioso latido de su corazón. Solo esperaba que Belial no pudiera notar la desesperación en sus palabras, o sería su fin. Sabía que, si el príncipe se había encaprichado de ella, no habría poder en la tierra o en el infierno que lo hiciera desistir. Y el que él se resistiera a entregársela solo aumentaría su deseo de poseerla.

—Porque me gusta —explicó Belial con serenidad—. Hay tanta miseria en su ser. Tanta pena. Sé que no te costará trabajo convencerla de entregarme su alma. Siendo objetivo, creo que lo haría con gusto. Después de todo, ya no le queda nada porqué seguir luchando, y eso es gracias a ti.

Arawn no pudo disimular el genuino desconcierto en su voz al preguntar:

—¿A qué te refieres con «gracias a ti»?

Belial chasqueó su lengua y negó con la cabeza en un gesto decepcionado.

—¿No lo sabes? Me sorprende de ti, Arawn —le reprochó—. Después de todo, creo que esa humana ha alterado tus sentidos más de lo que pensaba.

—Habla. Di lo que sabes —lo instó.

—Pregúntaselo a tu adorada Clare —murmuró con parsimonia, caminando hacia la calle con toda tranquilidad.

—¡Belial —lo llamó Arawn, pero el príncipe del infierno se había esfumado ante sus ojos.

Arawn apretó los puños, sabiendo que la batalla apenas comenzaba y que debía proteger a Clare a toda costa. Regresó al departamento y se encontró con la joven en la cocina. Esperó entre las sombras hasta que fue ella quien rompió el silencio:

—Sé que estás aquí —murmuró la chica con aburrimiento—. Puedo sentir tu presencia a mi alrededor.

A Arawn se le erizaron los vellos del cuerpo al escucharla. Nunca nadie había podido percibirlo a menos que él así lo quisiera, lo cual lo llevó a recordar las palabras de Belial: «Creo que esa humana ha alterado tus sentidos más de lo que pensaba». Se dio cuenta de que el príncipe del infierno tenía razón; Clare había despertado en él sentimientos humanos que pensó extintos. Sin embargo, no tenía tiempo para ahondar en sus absurdas emociones en ese momento, pues tenía asuntos más urgentes que resolver: interrogar a Clare y sacarla de ese lugar eran dos de ellos.

—¿Y bien, vas a mostrarte, o te quedarás ahí arrinconado entre las sombras?

El demonio no pudo reprimir la risa a tiempo, provocando que Clare se volteara en su dirección. Seguía sin materializarse, pero podía sentir la mirada de la joven quemando su cuerpo.

—¿Cómo te diste cuenta de mi presencia? —preguntó con curiosidad goteando en cada palabra mientras su cuerpo cobraba forma finalmente.

—Fácil. Tu olor te delata. —Clare se encogió de hombros, recargando su cadera en la barra de la cocina de manera casual.

Hasta entonces, Arawn no había sido plenamente consciente de las sensuales curvas de la chica. De su cabello rubio y corto que caía despreocupadamente sobre sus hombros. De sus bonitos ojos azules que siempre lucían tan apagados y que lo hicieron desear verla feliz, solo para poder descubrir si eran capaces de brillar. Sus labios parecían tan apetecibles que se imaginó mordiendo uno de ellos tan fuerte, que podía saborear la sangre en su lengua.

—En fin, vete y deja de aparecerte en mis sueños —suspiró Clare con cansancio.

—¿Acaso has soñado conmigo, querida Clare? —ronroneó el demonio, acercándose a la chica hasta pegarse a su espalda y susurrar en su oído—: Cuéntame, ¿Qué hago e tus sueños?

—Como si no lo supieras ya —jadeo Clare de forma entre cortada cuando Arawn repasó la curvatura de su cuello con la punta de su nariz—. A-Arawn… detente.

—¿O qué? —preguntó el demonio tan afectado como ella.

A Clare la atravesó un escalofrío al sentir los dedos de Arawn colándose bajo la tela de su pijama, formando círculos en su cintura. Apenas se podía llamar caricia a aquel gesto tan delicado, pero había pasado mucho tiempo desde que alguien la había tocado de esa forma, que Clare se sentía arder entre los brazos del demonio.

—O te pediré que te marches —respondió después de lo que pareció una eternidad.

Aquella frase pareció haber despertado a Arawn de un trance, pues se separó de ella tan rápido como salieron las palabras de su boca.

—Bien. Tú ganas —dijo Arawn para sorpresa de la joven, y casi se sintió decepcionada.

Lo observó alejarse y caminar con elegancia a través de su sala de estar. Parecía buscar algo, aunque no sabía qué era, hasta que se detuvo frente a uno de los tantos retratos de su boda que yacía sobre la repisa junto al televisor.

—Tengo una ligera sospecha de por qué eres tan miserable, querida Clare —murmuró, negando con la cabeza—. Esta casa parece un mausoleo de tu boda.

Su risa amarga llenó el silencio, pero Arawn parecía diferente, un poco menos mezquino que cuando lo había conocido.

—Eso no es de tu incumbencia.

Clare le arrebató el cuadro y lo puso donde antes estaba. El dolor que oscureció sus ojos no pasó desapercibido por Arawn, haciendo que algo se retorciera en su estómago. El sentimiento se parecía mucho a los celos, pero se dijo a sí mismo que tal vez solo era repulsión.

‍​‌‌​​‌‌‌​​‌​‌‌​‌​​​‌​‌‌‌​‌‌​​​‌‌​​‌‌​‌​‌​​​‌​‌‌—¿Cómo se llamaba tu esposo? —cuestionó, tratando de sonar indiferente.

—A menos que estés pensando en ayudarme a contactarlo, no veo por qué tendría que decirte su nombre.

—Pues, a menos que el alma de tu adorado esposo se encuentre en el infierno, no veo de qué forma podría ayudarte a contactarlo —le regresó Arawn, en el mismo tono condescendiente que usó Clare—. Solo que… ¿Cómo se llamaba? —insistió.

—Simon era un buen hombre, no habría razones para que su alma hubiera ido al infierno —objetó, sin darse cuenta de que por accidente había mencionado el nombre de su esposo.

—Simon —repitió Arawn, pensativo, frunciendo su ceño—. Me suena.

Clare se abofeteó mentalmente por haber caído en su juego.

—Es un nombre bastante común —replicó.—No. En verdad, me suena —masculló el demonio. De pronto, Arawn recordó un grito que de vez en cuando seguía resonando en su cabeza a pesar de que habían pasado meses desde aquel día a las afueras de una iglesia, cuando había convencido a un hombre de disparar a otro. Una sensación muy parecida a la culpa se enroscó en su pecho, pero esta fue reemplazada inmediatamente por la pena.

Arawn conocía a ese hombre. Él había sido el responsable de su muerte.

—Lamento decirte esto, Clare, pero creo que, después de todo, el alma de tu esposo sí se encuentra en el infierno.

—¡¿Qué?! ¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque yo fui quien lo llevó allá.

Clare estaba en shock. No podía creer que Simon estuviera en el infierno. Era absurdo. Ella lo conocía mejor que nadie y sabía que era un buen hombre. Al menos con ella lo había sido; pero, por otra parte, Arawn no tenía razones para mentirle, por el contrario, tal vez él incluso disfrutaría diciéndole una verdad como esa. Trató de enfrentarlo, de obligarlo a decirle la verdad, pero entonces notó cómo las facciones de su rostro se contraían de dolor.

—Tenemos que salir de aquí —gruño, alarmado.

Arawn sintió un tirón en su mente, una dolorosa punzada que reconocía como el control que Belial ejercía sobre él. El príncipe del infierno estaba empecinado en conseguir el alma de Clare y Arawn sabía que si no aceptaba la propuesta que le había hecho, no dudaría en enviar a otro de los demonios bajo su control. El príncipe tenía miles de cazadores de almas a su disposición, y cualquiera de ellos estaría dispuesto a entregar el alma de la joven a cambio de saldar su propia deuda. Este pensamiento lo llenó de pánico. Clare estaba en un peligro extremo, más allá de lo que ella misma podía imaginar. Arawn escuchó a voz de Belial dentro de su mente que lo hizo reaccionar y olvidar todo lo demás: «Acepta mi oferta y entrégame a la humana, o enviaré a otro cazador. Tú decides».

Debía sacarla de allí. Tenía que protegerla, incluso de él mismo. Después, si lograba salvarla, tendría tiempo para explicarle todo lo acontecido con su esposo y el porqué de su existencia en el infierno, aunque sabía que no le gustaría nada lo que tenía que decirle. Se acercó a la chica, quien aún parecía sumergida en sus propios pensamientos, sin percibir el peligro inminente que la rodeaba.

—Vamos —dijo con premura en su voz—. Tenemos que irnos. Ahora.

Clare lo miró, con confusión evidente en sus ojos.

—¿De qué hablas, ir a dónde?

—No hay tiempo para explicaciones —respondió Arawn, tomando su mano con firmeza—. Te lo diré cuando estés en un lugar seguro. Ahora, solo confía en mí.

—¿Confiar en ti, en un demonio? ¿Acaso estoy loca? No iré a ningún lado.

Arawn se convirtió en sombras y apareció nuevamente frente a Clare cuando planeaba regresar a su habitación, la sujetó con fuerza y la subió a su hombro sin importarle sus protestas. Podía sentir el cambio en el ambiente incluso antes de que los demonios aparecieran. Estaban demasiado cerca. Tan cerca, que a Arawn no le quedó más remedio que recurrir al último ser al que, en condiciones normales, pediría ayuda. Pero aquellas no eran condiciones normales, por lo que gritó:

—¡ZADKIEL!

Un segundo después se erguía ante ellos un hombre de piel bronceada, su mirada serena irradiaba una paz profunda y atemporal. Vestía una armadura reluciente que parecía haber sido forjada con rayos de sol, ajustándose perfectamente a su figura esbelta y fuerte. De su espalda asomaban un par de alas iridiscentes, que destellaban con colores cambiantes, como si contuvieran todas las tonalidades del cielo al amanecer. Su presencia imponente y celestial llenaba el espacio, infundiendo un sentimiento de reverencia y asombro.

—Arawn, ¿Qué está pasando? Hay demonios por todos lados… —espetó Zadkiel antes de posar sus ojos en Clare.

Un reflejo del temor de Arawn brilló en los ojos del ángel al comprender la inminencia de la situación. En todos los años que llevaba siendo guardián de Arawn, él nunca había pedido su ayuda, así como jamás lo había visto tan asustado. Ni antes de convertirse en cazador, ni después.

—Belial, eso pasó —rugió Arawn—. Solo sácala de aquí. Llévala a un lugar seguro. ¡Ahora!


•❃°•°✝°•°❃•


Clare se sentía aturdida, rodeada por la presencia imponente de un ángel y el temor palpable en los ojos de Arawn. Sabía que algo grave debía estar ocurriendo, pero no podía comprender exactamente qué. El ángel, Zadkiel, se acercó a ella con determinación y no dudó en tomar a la joven en sus brazos. Ella se resistió, luchando contra la incomprensión y el miedo, pero lo último que escuchó fueron las palabras que el ángel balbuceó en su oído: «Dormite, parva». Después, solo hubo oscuridad.

No supo cuánto tiempo había pasado cuando finalmente despertó. Clare abrió los ojos con dificultad, su mente nublada por el sueño que hacía que sus párpados pesaran toneladas. Miró a su alrededor, intentando reconocer el lugar donde se encontraba, no obstante, todo lo que pudo ver fueron estanterías llenas de libros muy antiguos, sus páginas amarillentas y cubiertas desgastadas por el tiempo. Parecía estar en una biblioteca desierta, un lugar que exudaba un aura de conocimiento y misterio.

—¿Dónde estoy? —balbuceó con voz pastosa.

—En un lugar seguro —respondió Zadkiel con tranquilidad—. Vamos, te mostraré la habitación donde podrás descansar.

—¿Descansar? Yo no quiero “descansar”, lo único que quiero es regresar a mi casa y volver el tiempo atrás —lloriqueó Clare, desesperada—. Quiero poder despertar de esta pesadilla. Por favor…

—Escucha, entiendo cómo te sientes, pero debes ser fuerte —pidió Zadkiel desbordando ternura en su voz—. Sé que es difícil de creer, pero un demonio poderoso ha puesto sus ojos es ti y ya no estás segura en tu hogar, ni en ningún otro sitio mediante el cual puedan acceder a ti.

‍​‌‌​​‌‌‌​​‌​‌‌​‌​​​‌​‌‌‌​‌‌​​​‌‌​​‌‌​‌​‌​​​‌​‌‌—¿Arawn? —cuestionó Clare con asombro.

—No. Arawn, aunque es poderoso, no representa un verdadero peligro para ti. Por el contrario, él solo quiere tu bienestar —explicó el ángel—. Aquí estarás a salvo. Esta biblioteca está protegida por runas y hechizos antiguos que impiden la entrada a seres de la oscuridad, a menos que sean invitados a entrar. Así que, por ningún motivo des tu permiso a nadie excepto Arawn al interior de la biblioteca.

—¿Qué pasará con él? —cuestionó Clare, sorprendiéndose a sí misma por la preocupación impresa en su voz—. ¿Arawn está a salvo?

—Eso espero, pequeña.

Zadkiel dejó sola a Clare en la antigua biblioteca que tardó en derrumbarse en llanto. Pasó horas sumida en la soledad y la tristeza, perdida en sus pensamientos, cuando dos golpes en la puerta la sobresaltaron. Era la voz de su madre, rogándole que la dejara entrar.

—Clare, soy yo, mamá. Déjame entrar, por favor.

—¿Mamá? —cuestionó con asombro, acercándose a la puerta.

—Sí, cariño, soy yo. No tenemos mucho tiempo, solo déjame entrar.

Su voz sonaba tan real que sujetó el pomo de la puerta por puro instinto. Sin embargo, ¿Cómo podría haber llegado su madre a ese lugar desconocido incluso para ella? Debía ser un truco de los demonios que la acechaban. Zadkiel había dicho que ningún ente demoniaco podría atravesar las puertas sin ser invitado, y “su madre” sonaba desesperada por obtener su permiso para entrar. Clare regresó sobre sus pasos y se hizo un ovillo en el suelo al pie de las escaleras. Cubrió sus oídos esperando no escuchar más aquella abominación, pero la voz de su madre siguió llamándola, persistente, hasta que de pronto cesó. Clare se quedó inmóvil con el corazón martillando en su pecho.

Algunos minutos después, una voz nueva rompió el silencio. ¡Era la voz de Simon!, su esposo, quien le pedía abrir.

—Clare, por favor, soy yo. Déjame entrar.

—¿S-Simón? ¿Eres tú de verdad? —preguntó con voz temblorosa.

Sabía que no podía dejarse engañar por los demonios, pero, a diferencia de su madre, Simón ahora era un ser sobrenatural, tal vez se trataba de él realmente. Parecía tan auténtica que se acercó nuevamente a la puerta.

—Sí, Clare. He sido enviado desde el cielo para protegerte —respondió la voz—. Déjame entrar. Te prometo que estarás a salvo a mi lado.

—Simón… no puedo abrir —balbuceó, indecisa—. Hay demonios acechándome y temo que seas uno de ellos.

—Te contaré cómo morí para que confíes en mí —prometió—. Fue el día de nuestra boda. Hubo un tiroteo afuera de la iglesia, mucha gente murió y yo fui uno de ellos. Fui llevado al cielo después y te he estado vigilando desde arriba. Debes alejarte de ese demonio. No puedes confiar en él. Vamos, abre y te sacaré de aquí.

La urgencia en su voz la hizo dudar. Era tan convincente que Clare no pudo contener las lágrimas que brotaron de sus ojos al volver a escuchar a su esposo. Se recordó que todo ese lío había comenzado así: ella desando hablar con Simón justo como lo estaba haciendo, sin embargo, hubo un detalle en su historia que lo delató. Ese día en la iglesia nadie más había muerto, solo él.

—Adiós, Simón —murmuró entre sollozos, a pesar de saber que aquella voz no pertenecía a su esposo, sino a la de un demonio tramposo que solo se hizo pasar por él.

—Maldita hija de puta. ¡Déjame entrar! —Gritó el demonio, revelando su verdadera cara—. Voy a sacarte de ahí así sea lo último que haga. ¡Sal de ahí, zorra!

Clare se apartó de la puerta con apuro al escuchar los fuertes golpes que el demonio le propinaba a la madera. Su voz dejó de ser humana y se transformó en una psicofonía aterradora que resonaba como un eco profundo y gutural, cargada de una maldad antigua. Cada palabra parecía rasgar el aire, dejando un rastro de frío en su estela. Clare soltó un grito desgarrador al escuchar el estallido que rompió los vitrales de la biblioteca, desatando una lluvia de cristales sobre su cabeza. Los demonios habían logrado abrir las ventanas y asomaban sus rostros llenos de maldad a través de los huecos recién creados en las paredes. La joven sintió un miedo como nunca antes había experimentado y pensó que ese sería su fin. Observó con terror cómo los demonios luchaban por entrar en la biblioteca, pero una fuerza invisible les impedía avanzar, como si un campo de fuerza los mantuviera a raya. De repente, una luz brillante como la del sol iluminó la biblioteca e hizo callar a los demonios. Zadkiel apareció frente a ella con un par de maletas en sus manos.

—Arawn ha enviado esto para ti —anunció. Pero a Clare poco le importaban sus cosas.

Observó el equipaje con aprehensión, como si de él pudiera salir cierto demonio arrogante que, sin querer, anhelaba poder ver.

—¿En dónde está Arawn? —preguntó, mortificada.

Zadkiel observó a Clare con atención, notando la preocupación en sus ojos cada vez que mencionaba a Arawn. En su corazón celestial, una chispa de esperanza comenzó a crecer. Clare no solo era una humana atrapada en medio de una guerra sobrenatural; ella se preocupaba genuinamente por Arawn. Este detalle no pasó desapercibido para el ángel, quien entendía la profundidad de lo que significaba esa conexión.

—Clare —dijo suavemente, acercándose a ella—, tu preocupación por Arawn podría ser más importante de lo que imaginas.

La joven levantó la mirada, sus ojos brillando con un destello de confusión y curiosidad.

—¿A qué te refieres?

Zadkiel sonrió con expresión de calidez y esperanza.

—Arawn no siempre ha sido el demonio que ves ahora. Tu preocupación por él representa un rayo de esperanza, una posibilidad de salvarlo de las garras del infierno y regresarlo al camino de la luz.

La determinación en los ojos de Clare no pasó desapercibida para el ángel.

‍​‌‌​​‌‌‌​​‌​‌‌​‌​​​‌​‌‌‌​‌‌​​​‌‌​​‌‌​‌​‌​​​‌​‌‌‍Zadkiel sintió que tal vez, solo tal vez, había una posibilidad de redención para su amigo. Clare podría ser la clave, el catalizador que Arawn necesitaba para recordar quién solía ser.

La preocupación de Clare no hizo más que incrementar con el paso de las horas. Zadkiel la había dejado sola después de entregarle las maletas que contenían su ropa y algunas provisiones que Arawn se había encargado de empacar, y ese simple gesto despertó en ella una emoción diferente a las que había sentido hacia el demonio durante los días que habían compartido juntos. Sobre todo, después de lo que había dicho el ángel sobre su amigo: «Arawn no siempre ha sido el demonio que ves ahora». ¿Sería posible que ella en verdad fuera la clave para regresar a Arawn al camino del bien?

Clare se removió en la cama al imaginar un escenario como ese. Se sentía más confundida que nunca, pues, por un lado, seguía extrañando a Simón con locura, pero, por otra parte, tenía que reconocer que Arawn ya no le resultaba tan indiferente. Siendo sincera, jamás lo hizo. Clare era consciente de la atracción que sintió hacia el demonio desde el instante en el que lo conoció, pero siempre existió el temor que su naturaleza le infundía. Sin embargo, al conocerlo mejor, y después de saber que no había nacido siendo un demonio, le fue más fácil aceptar los sentimientos que comenzaban a aflorar en su interior hacia Arawn.

«Clare…». La voz de Arawn resonó dentro de su mente, pero Clare ya no podía confiar en sus sentidos. «Clare… ¿estás bien?», repitió. «¿Arawn, eres tú?», se atrevió a preguntar. «¿Dónde estás… estás bien?». «Estoy afuera, necesito que me dejes entrar», pidió, despertando el temor de la joven. «¿Cómo sé que eres tú?», replicó Clare.

Los golpes en la puerta hicieron saltar el corazón de la joven y, a pesar de que había sido engañada por los demonios antes, se apresuró a bajar las escaleras con la esperanza de que en verdad se tratara de Arawn.

—Abre la puerta, Clare —rogó con esfuerzo—. Hazlo y te diré por qué llevé a tu esposo al infierno.

Clare, con la poca fe que le quedaba, abrió la puerta lentamente. Por un momento creyó sentir la gélida presencia de los demonios burlándose de ella, en cambio, se encontró con la figura de Arawn recargado del marco de la puerta, parecía agotado y sin fuerzas ni para sostenerse a sí mismo.

—¡Arawn! —chilló Clare, abrazándose a su cintura cuando las piernas del demonio fallaron y dejaron de sostenerlo—. Vamos, levántate, debemos entrar.

—Perdón por negarme a abrir la puerta, pero tenía que asegurarme…

—Hiciste bien, no te preocupes.

—¿Qué pasó? —cuestionó la joven una vez que estuvieron a salvo dentro de la biblioteca—. ¿Dónde estuviste todo este tiempo?

—Tenía que encontrar el hechizo que pronunciaste al tratar de contactar a tu esposo —le informó—. Resulta que no hiciste una invocación, sino un ritual de apertura destinado a abrir las puertas del infierno. Por eso Belial está tan interesado en ti. Estuve investigando y descubrí que provienes de un linaje antiguo de brujas muy poderosas, Clare Grimmwood. ¿Lo sabías?

—¿Q-qué? N-no sé de qué hablas.

—¿Cómo obtuviste el grimorio?

—Lo compré en un templo esotérico. Una médium me indicó cómo realizar el ritual.

—Pues, al parecer no era una simple médium. Pudo haber sido un demonio que se apoderó de su cuerpo. El hechizo que pronunciaste es uno muy antiguo, me sorprende que lo hayas pronunciado bien.

—Pero… dijiste que lo había hecho mal —replicó Clare mientras ayudaba a Arawn a subir los escalones—. Te burlaste de mí durante días.

—La verdad, llegué después de que terminaras el ritual —confesó—. Caminaba por la zona cuando sentí el llamado proveniente de tu departamento. Fue como un tirón en la nuca que me hizo ir en esa dirección. Zadkiel piensa que era nuestro destino encontrarnos, y que tú eres la clave para lograr mi redención, pero…

—¿Pero? —cuestionó Clare con más interés del que le hubiera gustado demostrar, lo cual hizo sonreír a Arawn.

«Tal vez Zadkiel tiene razón», pensó el demonio al observar la preocupación en el rostro de la joven.

—¿Acaso estás preocupada por mí, querida Clare?

—Sí, cómo no —resopló ella, rodando los ojos—. Por mí, puedes regresar al infierno ahora mismo.

—Mentir no te sienta bien, cariño —ronroneó Arawn a centímetros de su boca, desatando cientos de escalofríos que azotaron a Clare de forma repentina.

Clare soltó a Arawn al pie de la cama al llegar a la habitación, provocando que el demonio soltara una carcajada tan característica de él.

—¿Te divierte esto?

—Un poco, sí.

Clare decidió romper con la tensión que se estaba formando entre ellos.

—Dime, Arawn, ¿Cómo fue que llevaste a mi esposo al infierno? ¿Cuál fue el pecado que cometió?

La pregunta cayó como una piedra en el silencio de la habitación. Arawn dejó de reír, su expresión se volvió seria.

—Simón no era el hombre perfecto que creías. Él… abusó de una jovencita una noche antes de su boda.

Clare sintió que las piernas dejaron de funcionarle al escuchar aquella horrible declaración.

‍​‌‌​​‌‌‌​​‌​‌‌​‌​​​‌​‌‌‌​‌‌​​​‌‌​​‌‌​‌​‌​​​‌​‌‌—Estás mintiendo —murmuró con desesperación—. Simón era un buen hombre. Él jamás le haría hecho eso a una mujer.

—Puede ser —admitió Arawn—. Tal vez si no hubiera estado bajo mi influencia jamás hubiera cometido ese pecado. Yo lo hice pecar. Así como incité al hombre que lo asesinó a apretar el gatillo de su arma. Resulta que era el hermano de la chica a la que violó.

La sangre se congeló dentro de las venas de Clare y un dolor como nunca antes había sentido le oprimió el pecho, amenazando con hacerla desfallecer. Después, todo lo que pudo sentir fue ira.

—¡Tú tienes la culpa de que Simón haya muerto y de que ahora su alma se encuentre en el infierno! —gritó, furiosa—. Te odio, Arawn. Eres lo peor que me ha pasado en la vida.

Arawn suspiró, su mirada se suavizó un poco.

—Soy lo que soy, querida Clare —murmuró, tratando de sonar malvado, pero sus palabras perdieron fuerza al salir de su boca—. Soy un demonio. Solo hice mi trabajo.

—Pero… Zadkiel dijo que no eras un demonio. O que al menos no siempre lo habías sido —lloriqueó Clare, sin saber cuál de todos los hechos le resultaba más doloroso—. ¿Cómo es eso posible? ¿En qué consiste tu “trabajo”?

—Es verdad —confesó Arawn al fin, el dolor tiñendo sus palabras—. Como te expliqué antes, soy un cazador de almas. Mi trabajo es intensificar los más oscuros deseos de las personas y corromper sus valores hasta hacerlos cometer atrocidades que jamás harían en su sano juicio.

—Entonces tú alentaste a Simón a abusar de esa chica.

—Lo hice, pero quiero que entiendas algo, yo no puedo implantar pensamientos en la gente. No tengo el poder de hacerlos desear o imaginar más de lo que sus propias mentes pueden. Parte de mi trabajo es encontrar a personas con deseos tan oscuros y grotescos que saltan a la vista. Presas fáciles de corromper, y Simón era uno de ellos.

—¿Quieres decir que él deseaba… eso, antes de que tú lo encontraras?

—Es exactamente lo que digo. De lo contrario sería demasiado difícil para mí implantar deseos en cualquier humano e incitarlo a pecar. Hubiera saldado mi deuda con Belial el primer año que…

—¿Deuda, a qué te refieres y, qué eras antes de convertirte en un cazador?

—Yo… era un humano como tú —murmuró, dejando a Clare perpleja con su confesión—. Aunque no era un “buen humano”. Siempre he trabajado en el negocio de las almas, por así decirlo. Fui un asesino a sueldo, lo cual me hizo ganarme un lugar VIP en el infierno. —Soltó una risa amarga que lo hizo parecer más humano que demonio—. Un día me hirieron de gravedad; sabía que iba a morir, por lo que se me ocurrió la genial idea de hacer un trato con el diablo. Belial fue quien respondió, y el resto es historia.

Clare se quedó en silencio, procesando la revelación. Las emociones se arremolinaban dentro de ella, una mezcla de dolor, confusión y una pizca de alivio. Al menos ahora sabía la verdad, aunque fuera una verdad amarga.

—Si pudiera volver el tiempo atrás, Clare —prosiguió Arawn, caminando hacia ella hasta quedar frente a frente. Sujetó su barbilla y la elevó hacia él, obligándola a verlo a los ojos—. Si pudiera corregir mis errores… no lo haría.

Clare soltó un jadeo cargado de incredulidad.

—¿Por qué?

—Porque entonces jamás te habría conocido.

Después de tantos días de jugar al tira y afloje, Clare y Arawn finalmente aceptaron sus sentimientos. La tensión entre ellos había sido palpable, pero ahora, en la quietud de la habitación, todo parecía encajar. Clare miró a Arawn, sus ojos reflejando una mezcla de determinación y vulnerabilidad.

—Arawn... —susurró,—…bésame.

El mundo pareció detenerse en ese instante. Arawn la miró, sus ojos oscuros llenos de emociones que apenas podía comprender. Lentamente, se inclinó hacia ella, sus labios encontrando los de Clare en un beso lleno de pasión y ternura. Fue un beso que habló de todas las palabras no dichas, de todos los sentimientos reprimidos. En ese momento, Arawn sintió algo despertar dentro de él. Un deseo profundo de ser mejor, de volver a ser bueno, por ella. Clare había logrado lo que nadie más había podido: tocar su corazón y hacerle desear redimirse. Cuando finalmente se separaron, ambos sabían que nada volvería a ser igual. Clare había cambiado a Arawn de una manera que ni él mismo podía entender por completo, pero estaba dispuesto a descubrirlo, por ella.

—Entonces, todos esos sueños en los que me quitabas la ropa y me hacías tuya… ¿eran mis propios deseos? —pregunto Clare con una sonrisa traviesa en sus labios.

—Todos tuyos, querida Clare.

—Siento interrumpir —dijo Zadkiel desde la puerta de la habitación, provocando que a Clare se le subieran los colores al rostro—. Clare, Belial tiene a tu madre. Lo siento, pero no tengo permitido intervenir.

Las palabras del ángel golpearon a Clare como una ráfaga de aire helado. Sintió que el mundo se fracturaba bajo sus pies y, sin pensar en las consecuencias, atravesó la habitación con una determinación feroz.

—¡Clare, espera! —llamó Arawn, su voz cargada de preocupación—. ¡No lo hagas!

Pero Clare no se detuvo. Bajó las escaleras a toda prisa, su mente enfocada solo en una cosa: salvar a su madre. Las súplicas de Arawn siguieron resonando detrás de ella, pero no lograban alcanzarla. Clare salió de la biblioteca y se adentró en la fría noche, decidida a enfrentar cualquier peligro. Arawn tardó un segundo en ir tras Clare. Al llegar afuera de la biblioteca, vio a Belial rodeado de un ejército de demonios. Clare, horrorizada, miraba el cuerpo inconsciente de su madre a los pies del príncipe del infierno. Sin pensarlo dos veces, Arawn gritó las palabras que, estaba seguro, condenarían su alma para siempre:

—¡Belial, acepto tu oferta! Te entregaré el alma de Clare a cambio de saldar mi deuda.

Los demonios se rieron, una sinfonía de maldad resonando en el aire. Zadkiel no podía creer que Arawn hubiera aceptado el trato, mientras que Clare, con el corazón pesado, aceptó su destino.

Belial observó complacido mientras su súbdito se acercaba al oído de Clare. Pero este, en lugar de incitarla a pecar, le susurró:

‍​‌‌​​‌‌‌​​‌​‌‌​‌​​​‌​‌‌‌​‌‌​​​‌‌​​‌‌​‌​‌​​​‌​‌‌—Te amo, querida Clare. Sé feliz y acércate a Dios.

Rompiendo su palabra, Arawn se volvió hacia Belial.

—Estoy listo para pasar el resto de la eternidad en el infierno. —Sonrío complacido al notar el desconcierto en el rostro del príncipe del infierno.

Belial lo miró con una mezcla de furia y sorpresa.

—Te has burlado de mí —gruñó el demonio y, con un gesto de su mano, provocó un ataque al corazón en Arawn.

Clare gritó, viendo con horror cómo Arawn caía al suelo, su cuerpo convulsionando, para luego detenerse después de soltar una profunda exhalación. Arawn, su demonio, el hombre que había logrado hacer latir su corazón de nuevo… estaba muerto. Desesperada, Clare se arrodilló junto a él y comenzó a rezar con todas sus fuerzas.

—Dios, por favor, perdónalo. Recíbelo en el cielo. —Su voz estaba cargada de amor y dolor.

Belial se estremeció al escucharla, sabiendo que, si Dios perdonaba a Arawn, no podría llevar su alma al infierno.

De pronto, Zadkiel sonrió al sentir la gracia de Dios y el regalo que había enviado para Arawn. Se acercó a él, colocó sus manos en el pecho de su amigo y dejó que su poder divino le llenara el cuerpo de luz hasta sentir el golpeteo de su corazón latiendo en sus palmas.

Belial huyó de la escena antes de presenciar la transformación.

Arawn despertó, sintiendo un cambio profundo en su ser. Ya no era un demonio, sino un simple humano. Dios le había dado una segunda oportunidad, y todo gracias a Clare, quien corrió hacia él con lágrimas de alivio y felicidad en sus ojos.

—También te amo —susurró a su oído.

Arawn, conmovido, miró a Zadkiel.

—No te cansas de salvar mi trasero, ¿cierto?

—Solo hago mi trabajo, amigo.

En la eterna batalla entre las fuerzas del bien y el mal, la tentación y el pecado siempre estarán al acecho. Sin embargo, la bondad de Dios y su capacidad para perdonar nuestros errores nos recuerdan que la redención está al alcance de todos. Arawn, quien una vez fue un demonio atrapado en la oscuridad, encontró la luz a través del amor y la fe de Clare. Juntos, demostraron que incluso el alma más perdida puede encontrar el camino hacia la redención.


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