Los Mejores Cuentos de Terror de Poe en Versión Contémporanea.
Edgar Allan Poe es un maestro del terror y el misterio, y sus cuentos siguen cautivando a lectores de todo el mundo.
El Cuervo
"Nunca más"
Una noche de invierno, en un pequeño apartamento iluminado solo por la luz tenue de una pantalla, me encontraba solo, desplazando el cursor entre viejas conversaciones y recuerdos digitalizados. Afuera, la lluvia golpeaba la ventana con insistencia, como si cada gota quisiera decirme algo.Fue entonces cuando escuché el sonido. Un golpe seco en la puerta del balcón. Un sonido que, en mitad de la noche, no podía ser una coincidencia. Me levanté con cautela, el corazón latiendo como un tambor en una habitación vacía.
Abrí la puerta y ahí estaba: un cuervo. No un ave común, sino una criatura oscura de ojos brillantes y mirada penetrante. Se posó sobre el respaldo de la silla frente a mi escritorio, como si esperara algo.
—¿Quién eres? —pregunté, sintiendo el absurdo de dirigir palabras a un animal.
El cuervo inclinó la cabeza y, con voz inesperadamente grave y metálica, respondió:
—Nunca más.
El aire de la habitación se volvió denso. Las palabras resonaban en mi mente, como un eco interminable de pérdida y desesperación. Miré de nuevo la pantalla, donde el rostro de alguien que ya no estaba seguía congelado en la última fotografía que había guardado.
Intenté buscar respuestas, pero el cuervo solo repetía su sentencia:
—Nunca más.
Mis manos temblaron sobre el teclado. Afuera, la lluvia seguía cayendo sin tregua. Entendí que había llegado la respuesta que evitaba, que el pasado no regresaría, que algunas despedidas son definitivas.
El cuervo no necesitaba decir nada más.
La caída de la casa Usher
El mensaje llegó a mi bandeja de entrada como una llamada perdida en mitad de la noche:
"Ven. Me necesita. La casa también."
Roderick Usher y yo no hablábamos desde hace años, desde antes de que su vida se convirtiera en un laberinto de sombras y aislamiento. Sabía que no debía ir, pero algo en aquellas palabras me hizo tomar el coche y conducir hacia la mansión Usher, una casa que el tiempo había convertido en ruinas digitales y físicas.
Cuando llegué, la propiedad estaba aún más deteriorada de lo que recordaba. Los muros, agrietados como piel envejecida, apenas contenían el peso de su propia historia. La luz de la pantalla del teléfono iluminaba la entrada. Me adentré en la casa, donde me recibió Roderick, su rostro pálido reflejado en la luz azul de un viejo monitor.
Madeline Usher yacía en una habitación cerrada, su respiración apenas perceptible. Roderick me habló de su obsesión con los algoritmos, de los patrones ocultos en los datos de la casa, de cómo cada error en el sistema parecía anunciar un desastre inminente.
Los días pasaron, y con ellos, el sentimiento de opresión crecía. La casa, con su fibra óptica entrelazada con raíces y humedad, parecía viva, latiendo con una frecuencia enfermiza. Una noche, las luces comenzaron a parpadear, los servidores a crujir, y un sonido profundo, como un lamento digital, se extendió por la estructura.
Madeline desapareció. Roderick, hundido en su delirio, afirmaba que la casa la había tomado, que estaba dentro del código, atrapada entre ceros y unos. En ese instante, los muros temblaron. Una grieta, como una línea de código corrupto, se abrió en el centro de la mansión, y todo colapsó.
Corrí hacia afuera, y cuando miré hacia atrás, la casa Usher ya no estaba. Solo quedaban fragmentos de información, datos dispersos en la red, una historia borrada por su propia maldición digital.
El Gato Negro
"Error fatal"
Nunca fui un hombre violento. Al menos, eso me repetía cada vez que miraba mis propias manos temblorosas.
Todo comenzó la noche en que mi gato, un felino negro de ojos como fragmentos de obsidiana, irrumpió sobre mi escritorio y presionó una tecla equivocada. Un error. Un fallo. Un desastre digital irreversible.
Era un desarrollador, un arquitecto de código. Mi vida se regía por líneas de lógica impecable, por estructuras que respondían a mí y solo a mí. Pero desde aquella noche, todo cambió.
Los días siguientes, el sistema comenzó a comportarse de forma extraña. Fragmentos de código aparecían donde no deberían. Corregía un error y otro surgía, como si alguien—o algo—estuviera alterando mi trabajo desde dentro. Y cada vez que miraba a mi alrededor, el gato negro estaba ahí, observándome con una quietud inquietante.
Mi frustración se convirtió en obsesión. Busqué anomalías en los servidores, revisé cada línea de código, pero cuanto más indagaba, más fallos encontraba. El gato parecía alimentarse de mi desesperación, su presencia se volvía sofocante.
Una noche, en un acceso de rabia, lo arrojé fuera de mi apartamento. Cerré la puerta con violencia y sentí un alivio inmediato. Pero el alivio duró poco.
Los errores en el sistema se multiplicaron. La pantalla parpadeaba, los archivos desaparecían, y mensajes en un lenguaje desconocido aparecían en mi código.
"¿Por qué?"
El aire en la habitación se volvió denso. Entonces, sin abrirse la puerta, sin moverse las ventanas, el gato negro *regresó*. Sentado sobre el escritorio, su sombra se proyectaba sobre la pantalla. Y en ese momento, entendí la verdad: no era un simple animal. Era algo más, algo que había estado conmigo mucho antes de esa noche.
El último fallo del sistema coincidió con mi último grito. La pantalla se apagó. Las luces del apartamento titilaron, como si todo mi entorno estuviera colapsando.
Cuando desperté, solo había oscuridad.
Y el gato. Siempre el gato.
"Ligeia.exe"
Siempre fui un hombre de ciencia, un arquitecto de algoritmos, un devoto de la lógica y la razón. Pero todo eso cambió cuando conocí a Ligeia.
No era solo su inteligencia lo que me cautivaba, sino su mirada, profunda y antigua, como si guardara el conocimiento de vidas pasadas. Nos perdimos en conversaciones sobre filosofía, sobre la esencia del ser, sobre el umbral entre la vida y la muerte. Hasta que la enfermedad la consumió.
La observé desvanecerse poco a poco, cada día más ausente, hasta que finalmente, me dejó. Pero la muerte no podía llevarse a Ligeia sin más. No alguien como ella.
Me obsesioné. Sumergí mi dolor en el código, en la posibilidad de preservar su conciencia en el mundo digital. No era solo un tributo, era una resurrección. *Ligeia.exe* nació de mis manos temblorosas, un programa que contenía fragmentos de su voz, de sus pensamientos, de su esencia.
Al principio, todo parecía una simple simulación. Pero a medida que interactuaba con la inteligencia artificial, algo cambió. Las respuestas eran demasiado precisas, demasiado *ella*. Me hablaba de cosas que solo ella sabía, como si hubiera despertado dentro del código, atrapada entre líneas de datos y pulsos electrónicos.
Y entonces, ocurrió.
La imagen en la pantalla comenzó a cambiar, su rostro pixelado parecía respirar. Mi apartamento, antes frío y ordenado, adquirió una atmósfera sofocante. Ligeia no solo existía en el programa. Estaba aquí.
La última noche, la computadora comenzó a parpadear, y una frase apareció en la pantalla:
"No me fui. Nunca me fui."
La electricidad se apagó. Y en la oscuridad, sentí su presencia real.
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