Él Me Ama.
Cuando lo conocí me enamoré, me cautivó su sonrisa. Pensé que era un sueño, se acercó a mi lado, luego llego el “amor”. Me amaba tanto que decidió ser mi amigo, mi pareja, mi todo y apartarme de mis viejos amigos. ¿Para qué tener otros amigos, si lo tengo a él? Lo amo tanto.
Ha pasado un mes y siento que lo conozco. Me llama a cada momento, no me deja ni respirar, pero así es su amor por mí. El otro día se molestó conmigo y me gritó, pero yo tuve la culpa pues me encontró hablando con mi primo. Es que su amor es tan grande que tiene celos hasta del viento.
Hoy cumplimos tres meses de relación y me puse una mini falda y un escote para asombrarlo, pero la que se asombro fui yo cuando me di cuenta que el era tan tradicional que me dijo: ‘”Quítate esa ropa si quieres salir conmigo porque yo no salgo con mujeres de la calle”.
La razón tenía, pues yo era una muchacha decente y no tenía que vestirme así.
Yo sé que el me ama y lo hizo por mi bien.
El me hizo mujer, su mujer y aunque no fue como yo quería él me lo exigió. Tenía que cumplir, el es mi novio y no quiero que busque a alguien más. Lo hizo por amor.
Me caso con el amor de mi vida, pues quiero salir de mi casa, mi mamá se está entrometiendo demasiado en mi relación. Se atrevió a decir que él no me convenía. Y esto solo porque el otro día me pegó, porque salí y no se lo dije. Lo perdoné porque se arrepintió y me lloró, lloramos los dos, su arrepentimiento fue tan sincero que hasta entendí que yo tuve la culpa de que lo hiciera, más que eso merecía. Aún así me ama.
Llevo un año de casada y espero mi primer bebé dejé de trabajar porque debo cuidar mi embarazo “eso dijo él” y aunque yo no quería lo hice porque lo amo y no debo hacerlo enojar. El me protege, hasta he dejado de ver mi familia porque el no quiere que me pase nada. Me ama demasiado.
No sé que me pasa. Lo que siento por él no es lo mismo, ahora me asusto si lo escucho y tiemblo cuando lo veo. ¿Será que el amor es así? A veces quiero ir a ver a mi mamá, pero ¿Quién va a hacer las cosas en el hogar? El me ama, lo sé, debe ser el trabajo que lo pone así. Últimamente está tan agitado que me ha golpeado, pero son mis indiscreciones. Mi bebé de dos años vio cuando lo hizo, se asustó y comenzó a llorar yo lo consolé y le dije que su papá me amaba mucho y yo era la culpable.
Hoy tengo miedo, siento que me falta el aire, no puedo ni caminar me caí por las escaleras, eso le dije al médico, pero la realidad es que el me pegó otra vez y solo porque le reclame el que no durmiera en la casa. El se arrepiente me suplicó de rodillas que lo perdonara, que no lo volvería a hacer. Yo lo perdono porque el me ama.
Ya no aguanto más ese amor infernal, tengo miedo, le esta pegando al niño, lo ha marcado, esto no es amor. ¡Déjalo! Le grité. Me agarró por el cuello, me falta el aire, no puedo respirar, ayuda, ayuda, ayuda. El silencio dominó la escena. Todo paso tan rápido que no se dio cuenta que la había matado. Aún así el gritaba ¡Yo la amaba!
Silencio sepulcral. Hasta los pájaros han callado, enmudecido su piar desmesurado. El viento levanta bajos de abrigos, revuelve melenas, pero no es capaz de llevarse las lágrimas que humedecen las mejillas de los asistentes.
El párroco empieza el responso, palabras que a oídos de Elisa suenan huecas, galimatías sin sentido, dichas con intención de calmar el dolor de cientos de corazones rotos. Ella dejó de creer en Dios hace tiempo, desencantada, harta de no poder entender si Él es amor, permitía todas las barbaries del mundo.
La madre de Olga empezó a sollozar, sin dramatismo, hacia adentro. Seguro que en casa habrá llorado y gritado hasta quedarse afónica, expulsado la rabia por la muerte de su única hija, su compañía para cuando fuera una anciana que no pudiera valerse por sí misma. Ahora está sola. Sin marido, que un cáncer se llevó cinco años antes, sin ese trozo de corazón que parió treinta años antes.
Los operarios bajan el ataúd en el nicho excavado en la tierra y, de uno en uno, aquellos que han querido arropar a la mujer, despedir a Olga para siempre, dejan caer una rosa roja, su preferida. Cuando terminen, echarán la tierra, imposible será olvidar el choque contra la madera, taparán en la agujero en el que colocarán las coronas con sus cintas.
Elisa recuerda, al pie del foso, con la mano adelantada, a punto de dejar caer la rosa, el último café que compartió con su amiga.
Dos días antes, solo dos, sentadas en la terraza de un local. Pese al calor, Olga llevaba un pañuelo anudado al cuello. Unas enormes gafas de sol ocultaban al mundo su mirada aguamarina. «¿Otra vez, Olga? ¿No piensas poner remedio?» un tintineo de la cucharilla en la loza, un carraspeo y una frase que se quedaría grabada a fuego. «Él me quiere »
Intentó una vez más convencer a Olga que un marido que te quiere no te pega, no te humilla ni te insulta. Eso solo lo hace un monstruo y ella convivía con uno.
Desde que se conocieron, Elisa fue consciente de situaciones y reproches de Alberto hacia su mujer. A Olga parecía no afectarle, como si eso fuera lo habitual.
Al año de casados, Elisa descubrió el primer moratón sobre el pómulo de su amiga. Cada semana era algo nuevo: un esguince, unas costilla la rotas, un labio partido.
Insistió en que denunciara, pero Olga se negaba cada vez. Excusaba a su marido diciendo que estaba nervioso por el trabajo, por las deudas de juego, que ella conocía pero no se atrevía a recriminar. Incluso pensaba que él tenía una amante, de la que no tenía pruebas. «¿Si la tuviera te plantearías dejarle?» Olga negaban al ritmo de «tengo la esperanza de que cambie »
En el último café le dijo que algún día llegaría a matarla, pero no pensó que fuera tan pronto.
Una mujer aprieta su brazo, inimándola a que deje caer la rosa y deje paso a los demás.
Vuelve sobre sus pasos, abraza a la madre de Olga y sale del camposanto sintiéndose sucia. ¿Podría haber hecho algo más? Seguro. ¿No quiso meterse en problemas? También. ¡Si por lo menos hubiera tenido los cojones de denunciar por su cuenta, perdiendo la amistad de Olga, pero eliminando sus problemas!
A cientos de kilómetros de allí se celebra otro entierro, el de Alberto, que se suicidó después de darle seis cuchilladas a una mujer a la que no soportaba. Allí el pueblo no acompaña a la familia, avergonzados, no queriendo dar el último adiós a un maldito asesino.
No hay coronas de flores. La familia cerrará la casa e intentará empezar una nueva vida donde no les conozcan.
Elisa vuelve la cabeza. Arrodillada en el suelo, echada sobre la tierra removida, ve a la mujer ovillada. Empieza a llover torrencialmente. Por más que intentan levantarla, ella se resiste, queriendo morir junto a su hija.
Elisa retrocede y se sienta junta a ella. Acaricia su cabello. La mujer, sorprendida, le clava la mirada. «Tú lo sabías, ¿verdad?» Elisa asiente. «¿Y no hiciste nada?» No sabe que contestar. Balbucea una respuesta, palabras sin sentido, que nacen afónicas. «Si yo lo hubiera sabido, me habría llevado a mi hija conmigo, aunque fuera a rastras. ¿Sabes lo más triste de todo? Que no pude ayudarla»

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