Historia de Terror Nocturna. ( Casas Encantadas)
El coronel retirado Valverde se echó hacia atrás en su silla del hotel Palace de Madrid. Sostenía un vaso de whisky sin hielo entre los dedos y hablaba con voz grave, casi en susurros, como si la historia que estaba a punto de contar todavía lo persiguiera.
—Para coger ese tren nocturno —comenzó, mirando a su interlocutor—, tendrás que hacer noche en Jaén. Una ciudad bonita, con su encanto, pero si puedo darte un consejo, no te alojes en el Hotel Mirador de la Loma.
Se detuvo para mojar los labios con un sorbo.
—Es un edificio antiguo, de madera, de esos que deberían ser patrimonio por lo viejos, pero que están a medio derrumbar. Las paredes tienen grietas tan grandes que se cuela el aire como cuchillas. Las habitaciones, vacías: una silla, un somier pelado y un colchón que parece relleno de polvo. No hay cerrojos en las puertas. Y si crees que vas a dormir solo… mejor no preguntes a quién más podrías encontrarte.
Dejó el vaso sobre la mesa con un leve golpe seco, como si recordara algo desagradable.
—La noche que pasé allí fue una de las peores de mi vida. Llegué tarde, molido después de casi tres días entre trenes y estaciones. Aún me dolía una vieja herida de bala en la cabeza, así que no estaba para discusiones. El recepcionista de noche, un tipo callado, me dio una vela. Ni luz eléctrica había. Me pidió disculpas por todo, como si supiera lo que me esperaba.
Hizo una pausa, como si escuchara de nuevo ese silencio denso del pasado.
—Me tiré en el colchón sin quitarme la ropa. Solo quería dormir. Pero a mitad de la noche me despertó la luz de la luna. La ventana no tenía cortinas, y todo el cuarto estaba bañado por esa claridad pálida, casi azul. Entonces lo vi.
Bajó la voz.
—El suelo estaba lleno de gente. Una docena, al menos. Hombres, tendidos como si alguien los hubiera dejado ahí con cuidado. Todos en círculo, con los pies hacia las paredes. Estaban cubiertos con sábanas blancas. Pero las siluetas... las dos más cercanas a la ventana parecían estatuas. No se movían. No respiraban. Sus perfiles estaban dibujados por la luz, perfectos, inmóviles.
El coronel se frotó los ojos como si aún luchara por olvidar la escena.
—Pensé que soñaba. Quise gritar, pero la garganta no me respondió. Me incorporé, temblando, y caminé entre ellos. Pasé junto a los cuerpos sin rozarlos, sin mirarlos demasiado. Cuando llegué a la entrada, bajé directo a la recepción.
Se quedó en silencio un instante, antes de añadir:
—El recepcionista estaba sentado, como si no hubiera pasado nada. Su cara... era de otro mundo. Blanca, vacía. Ojos muertos. El traje que llevaba parecía sacado de un armario olvidado. Entonces supe que algo no encajaba.
Me acerqué, grité:
—¿Qué cojones pasa aquí?
—Pero mi voz... mi voz no era mía. Sonaba temblorosa, hueca. Él solo me miró, se puso en pie, y desapareció por la puerta trasera. En ese momento, sentí una mano en el hombro. Me giré de golpe.
Un hombre grande, de barba y gesto tranquilo, me miraba con preocupación real.
—¿Está bien, caballero?
—Le conté lo que había visto. Todo. Cuando terminé, su cara se puso blanca.
—¿Está seguro de eso? —me preguntó, como si le costara creerme.
—Yo ya no tenía miedo. Solo rabia. “¡Si no me cree, lo haré entender a golpes!”, le dije.
El hombre negó con tristeza.
—No haga eso. Siéntese. Escuche. Este lugar… ya no es un hotel. Hace años lo fue, luego lo reconvirtieron en hospital de campaña. Ahora está cerrado, vacío. Nadie duerme aquí. La habitación donde estuvo... era la morgue. Siempre estuvo llena de muertos. El recepcionista que vio… murió el mes pasado.
—¿Y usted quién es?
—Soy el encargado de mantener el edificio hasta que lo vendan. Vi luz desde la calle y entré a ver qué pasaba. Si quiere, podemos ir a ver la habitación.
El coronel soltó una carcajada seca.
—¡Ni de broma! Salí corriendo como alma que lleva el diablo. No he vuelto a pisar Jaén desde entonces.
Volvió a tomar su vaso y dio el último trago.
—Créeme: ese Mirador de la Loma está maldito. Si algún día pasas por allí, hazte un favor… duerme en cualquier otro sitio. Aunque sea en la estación.

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