Un Suspiro.
Lo último que escuché fue el portazo, que aún resuena en mi cabeza, repetido y con ecos de tristeza. Habíamos discutido por una tontería, es lo que tiene diez años de convivencia, de conocer hasta el último recodo de la mente del compañero, y un embarazo complicado. Pasaba el día de mal humor, arrastrando los pies de la cama al sofá, con mi barriga inmensa, con ardor de estómago y unas ganas tremendas de parir de una vez.
Puede que no pusieras la tapa al tubo de pasta de dientes, o que no fregaras los cacharros de la cena. Cualquier cosa era motivo para discutir, para elevar la voz, para recriminarte siempre lo mismo. Tú agachabas la cabeza, aguantando el chaparrón, hasta ese día.
De tu boca salieron palabras cargadas de intención, recubiertas de veneno y te marchaste, dejándome con la palabra entre los labios y ganas de abofetear tu cara.
Pasé el día leyendo una novela carente de sentido, intentando entrar en ella sin conseguirlo. Mi cabeza daba vueltas a la idea de pedirte perdón cuando regresaras, llamar y encargar comida japonesa, que tanto te gustaba y yo comía por complacerte.
Después llegaría la reconciliación en forma de caricias, recorrer la orografía de tu cuerpo con mi lengua, del cuello al ombligo, terminando en tu sexo erguido. Acabaríamos exhaustos, abrazados, y buscando un nombre para el bebé.
Me di cuenta de la oscuridad tras las ventanas y que no habías regresado. Maldije mi estampa, mis malos modos, este humor de perros tan impropio. Puede que tu hijo sintiera el mismo desasosiego, ya que se revolvía sin parar en mis entrañas.
El teléfono sonó, pero no pude llegar a tiempo de descolgar. Levantarme del sofá era una odisea. Volvieron a llamar y, esta vez, sí contesté.
Desde el hospital me avisaron de que te habían atropellado cruzando un paso de cebra, no pudiendo hacer nada por devolverte la vida. Lo siguiente que recuerdo es estar en una cama, con mi madre tomándome la mano y diciéndome que el bebé estaba bien.
Pregunté por ti. No podía creer que ya no volvería a verte.
No tuve fuerzas para asistir al funeral. Dejé de recibir visitas, de contestar WhatsApp, utilizando a tu madre y la mía de cortafuegos.
Han pasado ya tres meses y, tumbada en la camilla, a punto de entrar al paritorio, invoco a tu fantasma para que me acompañe en esta experiencia que me aterra. Una brisa acaricia mi cuello y sé que eres tú. Siento el tacto de tu piel en mi mano.
He decidido que el niño se llamará Faustino, como tu abuelo, el nombre que te gustaba. Crecerá sabiendo que fuiste un marido ejemplar, que nuestra historia de amor fue única y que hubiera sido un padre maravilloso. Inventaré cuentos para que se duerma en los que un príncipe o un marinero valiente, vive aventuras más allá de las nubes.
Cuida de él. Cuida de mí. Cuida de nosotros.
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