Sobre mí...


Después de la publicación de mi tercera novela Al de la Rosa. Detective de lo paranormal , muchos lectores me preguntaron si había tenido experiencias con el más allá o poseía algún tipo de don o talento sobrenatural; supongo que se referían a experiencias como poder hablar con fantasmas o que los objetos de mi casa se movieran. 
He de aclarar que dicha novela trata mas de aventuras que de fantasmas, pero supongo que quienes me hicieron esa pregunta leyeron mi primera novela: Letargo, que consta de veinte relatos de genero muy variado; uno de ellos, el único escrito en primera persona, habla de un fantasma: Mi Cumpleaños. 
Creo que se confundió esta historia ficticia, donde a la protagonista la visita el fantasma de su padre, con mi vida. Bueno, pues no soy yo la de la historia. Además no tengo nada en común con ese personaje, ya que ni conocí a mi abuelo, ni mi padre era motorista, ni nada por el estilo (Por cierto la historia está publicada en mi Blog: Mis queridos Fantasmas por si te interesa)  
Pero a lo que iba, no suelo contar esta historia, porque estoy bastante segura de que nadie me creería. Y no los culpo. Uno espera que un lugar embrujado tenga sus clichés: una mansión gótica en ruinas, cuervos en los árboles, luces parpadeantes a medianoche. Pero no. Esto fue un Airbnb de diseño minimalista, con cafetera Nespresso, Alexa en todas las habitaciones y velas aromáticas de eucalipto.
Lo cierto es que yo (que en aquel entonces tenía complejo de Stephen King), reserve una habitación en un Airbnb del cual decían que estaba encantado o que sucedían cosas extrañas. Cada reseña en Interned decía algo deferente. Así que decidí comprobarlo por mi misma.
Como he dicho antes, allí no había nada extraño. No hubo una anfitriona misteriosa que me advirtiera con ojos saltones sobre inquilinos desaparecidos, ni crucifijos torcidos, ni gatos negros observándome desde la escalera. La llave estaba en una cajita inteligente y la casa olía a lavanda y cera nueva.

Cené ramen con cerveza artesanal, vi un episodio de una serie que todos fingen haber visto y me preparé una infusión. Pero cuando tomé mi taza y me dirigí al salón… ahí estaba él.

Perico de los Palotes, sentado en el sillón, con el mismo traje gris que usó en su funeral —según su Post de Instagram. No lo veía desde hacía años. Tenía el mismo gorro de lana, los mismos zapatos, y la misma manía de guiñar el ojo izquierdo que cuando íbamos al colegio, aunque ya no tenía ojo. Literalmente: era un esqueleto.

Lo reconocí enseguida, porque nadie más se sentaría con tanta desfachatez sobre un sillón blanco, dejando restos de tierra en el tapizado. Intenté estrecharle la mano, pero me devolvió un apretón tan seco que casi me disloca un dedo. Tenía el humor ácido de siempre. Me reclamó no haberle dejado un comentario póstumo en su perfil de redes sociales. Le dije que no me había enterado de su muerte, y él alegó que me había mandado un mensaje directo que claramente ignoré.

Lo más raro no fue que estuviera ahí, muerto y todo. Lo más raro fue que era igual de insoportable que en vida. Me habló del mercado bursátil, de criptomonedas, de la última versión de iOS para muertos. Se quejó del ataúd (“mal ventilado, poco espacio para estirarse”), de su traje prestado (“me lo dio el velador del cementerio”) y de la mala fama que tienen los fantasmas en los medios de comunicación.

Hasta me pidió un charger USB-C porque “en el más allá todavía usan microUSB”.

Nos reímos, hablamos de viejos tiempos, y por un momento olvidé que estaba conversando con un esqueleto. Pero justo cuando estaba empezando a sentir simpatía por él… empezó a ser el Perico de antes. Me desafió a jugar ramondino con una baraja mugrienta que sacó de su abrigo, me vació el termo de infusión, y me sacó veinte euros del bolsillo “para el Uber al cementerio”.

Cuando insinué que ya era tarde y tal vez debía irse, me dijo que si el cuidador le decía algo, “le arrancaba el alma a patadas”. Después, con total naturalidad, trepó por la campana de la cocina y desapareció por el extractor, dejando un rastro de ceniza y hollín que me costó un dineral en limpieza.

Nunca más volví a hospedarme en un Airbnb ni en ningún otro lugar donde en los comentarios dijeran que ocurrían sucesos paranormales. Pero si Perico de los Palotes vuelve, ya tengo un plan: apagaré el WiFi, me terminaré el té antes de que llegue, y dejaré que Alexa se encargue de él.

Con suerte, hasta a los fantasmas les da miedo la inteligencia artificial.


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