El Último Autobús.
Julia cruzó corriendo la carretera hacia el autobús que estaba detenido en la parada, temiendo que arrancara en cualquier momento y tuviera que recorrer a pie los kilómetros que la separaban de su destino, pues nunca le había gustado volver a casa caminando sola y menos en una ciudad sin ley como aquella.
—¡Espere! —gritó, agitando los brazos desesperadamente.
Llegó jadeando a la puerta del vehículo. El conductor la miró con una expresión indescifrable.
—Por poco... —balbuceó Julia, subiendo los escalones—. Creí que lo perdería. Es el último de la noche y si no lo alcanzaba, no sé cómo habría llegado a casa.
Una sonrisa extraña se dibujó en el rostro del hombre al volante.
—Tranquila, la he visto venir y no pensaba irme sin usted —respondió con un tono ambiguo que hizo que Julia se estremeciera.
La joven buscó asiento, notando con extrañeza que era la única pasajera.
Mientras avanzaban, Julia observó cómo las familiares calles de la ciudad comenzaban a desdibujarse, engullidas por una espesa niebla.
—Disculpe —llamó al conductor, la inquietud creciendo en su interior—, creo que esta no es la ruta habitual.
El hombre la miró a través del espejo.
—Es la única ruta que queda —respondió con voz queda.
El pánico comenzó a apoderarse de Julia. Imágenes de titulares de periódicos y noticieros inundaron su mente: "Joven desaparecida encontrada sin vida", "Aumentan los casos de secuestro en la ciudad", "Otra víctima de trata identificada". Su respiración se aceleró.
—Por favor, déjeme bajar en la próxima parada —pidió, intentando mantenerse serena.
El conductor no respondió. El autobús seguía adentrándose en la bruma, ignorando las paradas que pasaban.
—¡He dicho que quiero bajar! —exclamó Julia, el miedo transformándose en terror—. ¡Deténgase ahora mismo!
Sus pensamientos se arremolinaban. ¿Acabaría siendo una estadística más? ¿Otra joven desaparecida cuyo cuerpo sería hallado días después en algún descampado? ¿Su familia pasaría meses, años, sin saber qué le había ocurrido?—¡Socorro! —gritó, golpeando las ventanas—. ¡Que alguien me ayude!
Pero fuera solo había niebla y oscuridad. Las luces de la ciudad se habían desvanecido por completo.
—¿Dónde me lleva? —preguntó Julia con la voz quebrada por la desesperación.
El conductor volvió a mirarla a través del espejo.
—Al final del camino —dijo el hombre—. Este va a ser tu último viaje, Julia.
Cuando la mujer escuchó su nombre susurrado por el conductor, los recuerdos inundaron su mente: el chirrido de unos frenos, un impacto brutal, la oscuridad absoluta...
—Oh —musitó cuando la comprensión la golpeó—. Entonces, yo...
—Sí, deberías haber mirado antes de cruzar. Lo siento —confirmó el conductor—. Y ahora debes partir.
El autobús se adentró en una luz cegadora, llevando a su última pasajera hacia un destino que, aunque inevitable, ya no era tan aterrador como el que había temido momentos antes.
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