Truco o Trato



Regresar a mi pueblo en Halloween siempre es un ritual. Aunque mi vida en Madrid es un torbellino de ruido, luces y prisas, cuando llega esta fecha, algo en mí anhela la calma, el aire fresco y la calidez de mi infancia. 

Esta vez, el tren me dejó en la estación y, al bajar, el viento frío me envolvió como un viejo amigo. Respiré hondo, dejando que el aroma a tierra mojada despertara mis recuerdos. Caminé hasta la casa de mi abuela, el refugio que nunca cambia, con su puerta que cruje al abrirse y el olor a galletas de calabaza inundándolo todo.

—¡Abuela! —exclamé, abrazándola con fuerza. Su piel era papel arrugado por los años, pero su sonrisa seguía siendo la misma.

—Mi niña, la noche se acerca. Ayúdame a preparar la casa. No queremos que nuestros espíritus se sientan desatendidos —dijo con un guiño cómplice.

La ayudé a encender una vieja lámpara con aceite de oliva, mientras las sombras crecían en los rincones. Me contó, como siempre, que en nuestro pueblo las almas perdidas rondaban en Halloween, buscando compañía. Sus palabras siempre tenían un aire de secreto antiguo.

Mientras adornábamos el jardín, llegaron Mateo y Carla, mis amigos de la infancia. Mateo con su disfraz de vampiro extravagante, Carla con un vestido negro que le daba un aire misterioso. Reímos recordando nuestras travesuras.

—¿Te acuerdas cuando tratamos de invocar un espíritu en la casa abandonada? —dijo Mateo entre risas.

La noche avanzó entre anécdotas y bromas hasta que un susurro helado nos cortó el habla. Mateo, siempre dispuesto a la locura, propuso jugar a *Truco o Trato*, nuestro viejo juego de retos.

—Carla, ve hasta la casa de la señora Ramírez y dile que un gato negro te sigue —dijo, entre carcajadas.

Carla aceptó sin dudar. Todos contuvimos el aliento mientras corría hacia la vieja casa. La oscuridad parecía alargar sus brazos para atraparla. Un grito resonó en la noche y mi corazón dio un salto. Pero Carla regresó riendo.

—¡No hay gatos! Pero la señora Ramírez salió y me invitó a quedarme. ¡Es un amor! —gritó, y estallamos en risas.

Cuando intentaba recuperar el aliento, una figura oscura apareció en el borde del jardín. Inmóvil. Observando. Sentí un escalofrío.

—No vayas ahí, Lucía —susurró mi abuela—. Las sombras juegan trucos. La curiosidad es una invitación para lo desconocido.

Pero no pude resistirme.

Avancé y la figura se reveló: un anciano de mirada profunda y capa oscura. Algo en él me resultaba familiar.

—¿Quién eres? —pregunté, sintiendo que la pregunta iba más allá de lo obvio.

—Soy el guardián de las historias olvidadas. Este jardín guarda risas, lágrimas y secretos. En Halloween, los relatos cobran vida —respondió con voz suave pero imponente.

Señaló el suelo y, entre las hojas caídas, apareció una antigua caja de madera. La abrí con manos temblorosas y encontré un libro polvoriento lleno de relatos sobre sueños, traiciones, amores y esperanzas.

—Los recuerdos son luz para las almas —dijo el anciano—. Nunca dejes que el pasado se pierda en la oscuridad.

Mateo y Carla se acercaron y empezamos a leer en voz alta. Con cada palabra, el aire se volvió más cálido y las sombras retrocedieron.

Antes de desvanecerse, el guardián sonrió.

—La memoria es el puente entre el pasado y el presente. No teman a la oscuridad, pero recuerden siempre abrazar la luz —susurró, desvaneciéndose.

La noche continuó entre risas, historias y nuevos recuerdos. El miedo quedó atrás, reemplazado por algo más fuerte: la certeza de que el hogar y las memorias nunca nos abandonan.



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