Cuando la Muerte te Cuenta una Historia.


Eran las tres de la mañana, hacia una madrugada fría y terrorífica. En las calles donde por la mañana se llenaban de vehículos estaban vacías, pero no por eso eran menos peligrosas. Los sonidos que se escuchaban eran muy pocos y las calles se veían borrosas a causa de la niebla. Lo único que hacía normal a esta niebla era que no traía consigo a monstruos espeluznantes. A quince metros de distancia se escuchaba el fuerte sonido de unas sirenas, que, con prisa, llevaba una vida que peligraba. Siendo que no tenía nada más que hacer, seguí esa ambulancia hacia el hospital.

Rostro sudoroso, dientes apretados por el dolor y lágrimas era lo que caracterizaba a esa bella chica. Una mujer de no más de 25 años luchaba por dos vidas a la vez. Ella de cabellos rojos como el mismo tono de una granada, ojos verdes como la misma chaqueta que vestía, esa que le combinaba a la perfección; y pecas que hacían aún más hermoso su rostro. A su lado se encontraba su esposo, siguiendo la camilla sin querer soltar la mano de su amadísima esposa, tenía miedo de perderla. Yo podía sentir eso.

Al llegar a la sala de parto él fue detenido por las enfermeras, siendo su única despedida un: "nos veremos pronto. Te amo". Y así, ella entró sola y él fue alejado de ella sin saber que algo peor se avecinaba. ¿Por qué... por qué no dejan que se acompañen, aunque sea sólo en este hermoso momento?

Gritos era lo único que se escuchaba, el doctor tenía que gritar para hacerse escuchar por ella. Su prominente estómago se movía al compás del niño que llevaba dentro de ella. Ella lo único que quería era que todo acabará y tener a su bebé consigo. Comenzó a sentirse febril y un dolor fuerte invadió su cabeza. No era experta en la medicina, pero ella estaba teniendo un derrame cerebral. Sentí su alma, y en silencio, me pedía que le diera la oportunidad de ver a su hijo como última cosa. Le di la oportunidad y me paré a su lado para darle un poco de consuelo.

"Tu hija estará bien, yo la cuidaré".

Con esa falsa promesa ella dio un último grito y su hija salió de ella, llorando con fuerza, mostrando a su madre que sería una jovencita con fuertes pulmones. Su madre soltó una sonrisa trémula y vio a su hija con lágrimas en los ojos. Soltó un suspiro y la habitación se congeló, tomé su alma y la guarde en mi bolsillo, yo misma me daría la tarea de llevarla a donde ella merecía. Los doctores intentaron reanimarla, pero lo que yo ya me había llevado, nadie podría quitármelo.

"Cuídala" .Es lo único que me dijo.

No quiero ni contar el estado en que se encontró el desdichado esposo, él mismo se juró vengarse por la muerte de su esposa. Pero todo el peso de esa promesa recayó en su pequeña hija. Odié a ese hombre, pero todo estaba fuera de mis heladas manos. Él no podía ni mirarla a los ojos sin recordar a su esposa, esa niña era la viva imagen de su madre conforme iba creciendo, y eso hacía que la odiara más. Su pelo, rojo como el fuego, siendo este una combinación de su pelo rubio y el pelo rojo de su madre; sus pecas, como las de su madre y esa mirada, ella miraba con la misma curiosidad de su madre. La mirada de un gato.

Sólo tenía que esperar unos años y su venganza empezaría, si no es que empezó en el momento en que él se alejó de ella. Por obligación tuvo que cuidarla, pero nunca se sentía feliz al estar con su hija. No la miraba como suya. Cuántas veces fueron los momentos en que ella lloraba a pulmón abierto para abrazar a su padre, y él, él estaba metido en su depresión y rencor que nunca le puso la atención necesaria a la pequeña. La niña creció, con cinco años ella aún no entendía por qué su padre no la quería, y ese fue el momento exacto en el que él empezó su venganza, aunque la niña no entendiera nada. Su frialdad la lastimaba, pero ella aún no entendía nada.

El día de su cumpleaños, en el que ella lo pasó sin amigos, ella le pidió a su padre un pastel. Él, riéndose, le dijo a su hija:

—¿Pastel? No, corazón. Estas gorda y las niñas gordas no son bonitas.

La niña corrió a su habitación y mirándose a un espejo y lloró. Su reflejo era su única compañera, y está, al verla llorar, salió del espejo y la abrazó, "no estás sola", le susurró una voz. Pero ella no entendía que era ser gorda, ella sólo entendía que no era bonita.

¿Cómo pelear contra eso?

Con siete años, su padre empezó a atormentarla con imágenes de chicas esqueléticas y piel de papel. Según su padre, eso era ser bonita. Ella no pensaba lo mismo, pero ella quería complacer a su padre así que ella hacía todo lo que su padre decía. Era un infierno.

‍​‌‌​​‌‌‌​​‌​‌‌​‌​​​‌​‌‌‌​‌‌​​​‌‌​​‌‌​‌​‌​​​‌​‌‌‍Como odié no poder protegerla de ese monstruo, pero no sólo fue mi culpa, busqué salvarla pidiendo ayuda a la diosa de la vida y a la diosa del amor; pero ¿Cómo escucharían a la diosa más odiada? La muerte.

—Tienes que estar así, o nadie te amará, de verdad, nadie te amará jamás— susurró su padre, abrazando a su hija con su brazo derecho y dándole un beso en la mejilla. Ella asintió. Si su padre lo decía, era verdad. Así que, ella no comió y se fue a su pequeña habitación a dormir, donde el frío era más fuerte que su tristeza, donde no llegaba la calefacción. Esa noche, no pudo dormir por las náuseas del hambre y yo no pude hacer nada, aunque lo deseará.


En su 14 cumpleaños su pare la dejó comer tarta, su abuela estaba presente, pero aun así ella no podía comer sin sentir asco al tragar. Su abuela la hizo comer de todo, hasta que después de una hora, donde hablaron y rieron, su padre con falsedad, su abuela salió de la cómoda casa y se dirigió a su auto negro. Congelándose en el camino, pero entrando de inmediato a lo caliente de su auto. Así ella se fue.

Ella corrió al baño, y por primera vez, ella metió sus dedos a su garganta, soltando todo lo que su abuela la había hecho comer porque decía que estaba muy flaca. Su padre, desde afuera del cuarto, aplaudió y rio con gusto. Ella sonrió, su padre estaba orgulloso de ella.


Dos años después recuerdo muy bien el sentimiento que tuve al momento de volver a casa de ella. Mirar su tamaño y su peso, dos cosas que no concordaban, hacia doler mi negro corazón. Eso no era sano. Y después lo vi, a su padre. Él comía una hamburguesa doble, con papas y un refresco helado. Una llama de rencor floreció dentro de mi pecho y deseé matarlo, pero sabía que, si lo hacía, ella se quedaría sin nadie. Aunque fuera lo mejor, tenía que hacerlo desde un principio, pero no tuve el valor de dejarla sola.

Él comía delante de ella, divirtiéndose con su dolor.


18 años.

32 kg, un metro sesenta y siete. No era normal. En su escuela nadie le hablaba, para todos ella era una 'rara'. En sus esqueléticos brazos había rastros de lo que fueron cortadas hechas por aquel monstruo. Su piel tan pálida como la hoja de un papel, donde se transparentaban sus venas verdes. Sus ojos encorvados hacia abajo y sin brillo, miraban hacia al rededor, viendo sólo a sus compañeros susurrando sin dejar de observarla. Se sentía presionada.

Al acabar las clases, sus largas y esqueléticas piernas la condujeron a su hogar, siendo que su padre no le pagaba el autobús. Pero a ella no le importaba, su padre no tenía la suficiente economía, ella lo entendía. Me posé a su lado en el momento en que ella se agachó jadeando, era muy largo el tramo a su casa para su débil cuerpo. Me sentí tentada a arrebatarle su alma de un beso, pero la amaba tanto, que quería verla viva.

Un fuerte aire me empujó lejos de ella, un aire cálido y abrazador. Ella, sintiéndose viva de nuevo, levantó el rostro e inhaló con fuerza. Ella amaba los días cálidos. Sintiéndose renovada y viva de nuevo, ella avanzó a su hogar, escuchando los cachorros ladrar y al viento con su siseo, susurrándole al oído consuelo.

Llegó a su casa con labios felices y ojos contentos, buscando a su padre para poder abrazarle y decirle lo mucho que lo quería. Pero su padre tenía otros planes. Cuando ella cruzó la puerta y corrió a la sala, su padre la cogió con rencor e irá acumulada y la jalo hacia el sofá. Fue tanta su sorpresa cuando su padre la tumbo, que ni tiempo de forcejear tuvo.

Su padre le desgarró el alma y partió en dos su dignidad. Después la dejo ahí, en el sofá, desecha y con lágrimas en los ojos. Sus labios emitieron pequeños sollozos y quejidos. Su padre la había destruido por fin. Ella se levantó después de una hora y subió a su habitación, cerró la puerta con pestillo y entre sollozos, me pidió que me la llevara. Ella me gritó a la cara, ella me dijo que deseaba estar conmigo.

¿Quién mierda soy yo para negárselo?

La recosté en mis brazos, acariciando su rostro con mis manos, ella se dejó amar. Se sentía viva en mis brazos, se sentía amada de nuevo. Sentí por fin que ella estaba feliz y en paz.

—Por favor...— susurró.

Acerque mi rostro al suyo, bese su frente, sus mejillas y limpie sus lágrimas con mis besos. Ella susurro otra suplica, y después de declararme su amor por mí, acercó sus labios a los míos y me besó. Su alma entró a mí, convirtiéndonos en una sola y su cuerpo cayó inerte al piso.

—Te amo— susurré y la dejé ahí. Su cuerpo ya no valía nada, era su alma la que me importaba, era lo que yo amaba. Me levanté y volví a ver su cuerpo, su mano derecha sostenía con fuerza una navaja, y desde sus muñecas escurría sangre. Por fin ella le había puesto fin a su dolor. Tal vez en este momento este con su madre, ambas sanas. O quizás, ella sólo se quedó dentro de mí, jurándome amor eterno. Pero de algo ambas estábamos seguras, ella no volvería a saber nada de sus peores enemigos, la anorexia, la bulimia y aquel monstruo.

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