Truco o Trato

Regresar a mi pueblo en Halloween siempre es un ritual. Aunque mi vida en Madrid es un torbellino de ruido, luces y prisas, cuando llega esta fecha, algo en mí anhela la calma, el aire fresco y la calidez de mi infancia. Esta vez, el tren me dejó en la estación y, al bajar, el viento frío me envolvió como un viejo amigo. Respiré hondo, dejando que el aroma a tierra mojada despertara mis recuerdos. Caminé hasta la casa de mi abuela, el refugio que nunca cambia, con su puerta que cruje al abrirse y el olor a galletas de calabaza inundándolo todo. —¡Abuela! —exclamé, abrazándola con fuerza. Su piel era papel arrugado por los años, pero su sonrisa seguía siendo la misma. —Mi niña, la noche se acerca. Ayúdame a preparar la casa. No queremos que nuestros espíritus se sientan desatendidos —dijo con un guiño cómplice. La ayudé a encender una vieja lámpara con aceite de oliva, mientras las sombras crecían en los rincones. Me contó, como siempre, que en nuestro pueblo las almas perdidas ron...