LAS MADALENAS DE LA ABUELA
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Eran esos momentos de la vida en los que cada movimiento parecía una batalla contra el tiempo y la resistencia de su propio cuerpo. Arrastró el dolor de espalda y de rodillas hasta la cocina. ¿Dónde había metido el cuenco de cristal? Parada entre la mesa y el fregadero, hizo memoria. La última vez que lo había usado, lo puso encima de la nevera. Ya no se subía a las sillas para llegar a los estantes más altos. Estuvo a punto de caer un mes antes y le tenía miedo. Se ponía de puntillas, estirando su menudo cuerpo como si fuera una figura de plastilina. Con esfuerzo, paciencia y una buena sarta de maldiciones, consiguió hacerse con él. Se sentó para preparar las magdalenas. No aguantaba mucho rato de pie. A los diez minutos, parecía que un diablo malnacido estuviera hurgando en su costado con un hierro ardiendo. Cada movimiento se convertía en una negociación con el dolor, una negociación que ganaba más a menudo de lo que le gustaría admitir. Miró la hora una vez más para comprobar...